jueves, 29 de octubre de 2009

Una mala fotografía


No tengo ni idea de fotografía, pero lo que sí sé es que es una foto horrible. Está mal enfocada, y el tipo que la ha tomado debe ser más aficionado a beber patxarán que a esta vaina que retrata. Y es que ahora cualquiera que tiene una de esas maquinitas se cree que es el Cartier-Brensson, el tal Man Ray, o el Robert Capa. ¡Qué enfermedad tienen algunos con copiarle a la vida! Que yo no digo que esté mal eso de retratar una cena, dejar una huella, algo que nos pueda recordar un momento (un día) agradable con amigos, ....está bien, si quieres puedes quedarte ahí parado mientras te fotografío con el Big Ben, sí, sí, haz como que entras en esa cabina... Pero, amigo, eso de pasear por el Retiro como si fueras un paparazzi, esta ardilla era la hostia, mírala mordisqueando unos piñones, y no te pierdas esta rubia que hacía footing, jajaja, y estos dos retozándose, no, no, no, mira lo que me he encontrado cerca del palaciodecristal... ¿a que da asco? Pero si es que encima hay que ver las fotos... que no valen nada. Nada, no dicen nada, ni sugieren, ni, ni, ni...

Yo no tengo ni idea de fotografía dice mi amigo Boabdil pero a mí esa me mola, me gusta la perspectiva ¿dónde crees tú que está el centro de la foto? ¿A dónde se te van los ojos? Y señala esa foto de una pareja besándose en París, una foto del Doisneau, haciéndoselas de inteligente, de entendido en la materia, cuando por debajo de la mesa se toca levemente mientras se le van los ojos a los pechos de...

La foto es una mierda, vamos a ser claros, no se puede ver bien, es la primera vez que un árbol que está detrás se interpone en la visión, y además está a contraluz, nada, un desastre. Si al menos el sol le iluminase algo más que el hombro y medio muslo... ¡si es que ni siquiera está bien cuadrada! ¿Pues sabes una cosa? A mí me gusta. Me gusta lo que veo, cómo va a tener luz un ángel castigado, no amigo, tú estás fuera del reino de los cielos, móntate uno tú si es lo que quieres, pero búscate un sitio, y el sol ya lo tenemos nosotros, sea donde sea: oscuridad eterna.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Pierdes.

Pierdes las llaves o el móvil, el dinero se escapa por un pequeñísimo agujero en tu bolsillo y rueda por el asfalto hasta una alcantarilla. Pierdes el tren, los cómics rotos de Astérix que guardabas con cariño. Pierdes la mano, anillos, un partido de fútbol, la conexión a internet.
Pierdes familia, amigos, seres queridos, pierdes miedos e ilusiones. Pierdes canicas en el gua, chapas, el sabor de los chicles, calcetines en el tendedero, viejas fotos, recuerdos, mensajes en botellas y botellas sin mensaje.
Pierden las palabras su sentido si son demasiadas veces repetidas.
Se pierden guerras, batallas, discusiones, besos, abrazos a lo largo de la vida. Se pierde el rastro, la propia sombra cuando llega la noche, el cordón umbilical cuando nacemos. Se pierde en el bosque Caperucita, y Hansel y Gretel, y además no encuentras a Wally.
Pierdes agua, aceite, un tornillo, la vida si te disparas a bocajarro, y la cabeza. Pierdes pelo, memoria, agilidad, fuerza. Pierdes agujas en pajares, azúcar en la nieve, aviones en Barajas.
Pierdes amores y, sobre todo, el tiempo si intentas recuperarlos.

domingo, 11 de octubre de 2009

¡Ah, era ella tan bonita!

Hacía mucho tiempo que no la veía. Apenas ha cambiado y sin embargo me costó mucho reconocerla. Dudé un momento, no, dudé siete momentos. Como si pudiéramos contar momentos me dijo una vez bajo los arcos de los Ministerios, y yo miré a lo lejos y afirmé Se puede, claro que se puede y abrí un pequeño cuaderno que guardaba en el bolsillo de mi chaqueta.

En realidad está igual a como la recordaba ¡Está bien! Tiene como once o trece años más que entonces pero está igual. Ahora es una mujer, ya no es la niña a la que había que acompañar hasta el portal de su casa, no es la niña que se ruborizaba si sentía mi sexo despertar cuando nos besábamos en la boca del metro, siempre en distintos peldaños de la escalera para solventar la diferencia de altura. Sigue teniendo esos ojos ligeramente achinados y hechiceros, esos ojos que invitan a perderse en su profundidad, a lamerlos y relamerlos. Sigue teniendo un pelo fuerte de caoba brillante como si escondiese el sol en sus raices, y una piel morena como si fuera la mujer primigenia, sin adanes, sin serpientes que inviten a manzanas, como si el mismo dios (el tuyo, el de ellos, el que quieras) hubiese bajado a darle forma con sus manos.

Ya entonces me perdía en sus labios deseando mordiscos de sus dientes, teclas del piano del Maharajá de Kapurthala o del onassis de turno, y los mordía con ansia y hasta rabia, deseando que sangraran en mi boca, que su sangre se mezclase con la mía. En esa época yo también era un niño y no sabía cómo hacer que se colase entre mis sábanas. Aunque, he de reconocer, que me valía con rozarle los senos con mi pecho, con acariciar su culo furtivamente, con pasear de su mano y ser la envidia de otros niños. ¡Ah, era ella tan bonita! Tan bonita como lo es ahora, qué lástima que haya perdido la tulgencia adolescente, que lástima que haya ganado manías de mujer adulta, y que tenga (seguramente) muchos prejuicios y pocas vergüenzas.

De repente levanté la vista del cuaderno porque empezaba a llover, le miré a los ojos y sus ojos no estaban para mí sino para el suelo ¿Pasa algo? Pregunté temeroso de que no le gustase lo que le había escrito. No, no pasa nada... nada malo dijo levantando la cara y dejando que alguna gota de lluvia perdida cayese en sus mejillas Sólo trato de retener este momento, no creo que nunca nadie más me escriba poesías. Yo no lo sabía entonces pero ella ya me había buscado un reemplazo y chocaba su cuerpo contra el de otro, y la prolongación de su cuerpo en una mano empezaría a acompañarle a casa.