Pierdes las llaves o el móvil, el dinero se escapa por un pequeñísimo agujero en tu bolsillo y rueda por el asfalto hasta una alcantarilla. Pierdes el tren, los cómics rotos de Astérix que guardabas con cariño. Pierdes la mano, anillos, un partido de fútbol, la conexión a internet.
Pierdes familia, amigos, seres queridos, pierdes miedos e ilusiones. Pierdes canicas en el gua, chapas, el sabor de los chicles, calcetines en el tendedero, viejas fotos, recuerdos, mensajes en botellas y botellas sin mensaje.
Pierden las palabras su sentido si son demasiadas veces repetidas.
Se pierden guerras, batallas, discusiones, besos, abrazos a lo largo de la vida. Se pierde el rastro, la propia sombra cuando llega la noche, el cordón umbilical cuando nacemos. Se pierde en el bosque Caperucita, y Hansel y Gretel, y además no encuentras a Wally.
Pierdes agua, aceite, un tornillo, la vida si te disparas a bocajarro, y la cabeza. Pierdes pelo, memoria, agilidad, fuerza. Pierdes agujas en pajares, azúcar en la nieve, aviones en Barajas.
Pierdes amores y, sobre todo, el tiempo si intentas recuperarlos.
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