Hacía una hora que Gregory McCorti con tres o cuatro litros de bitter en el estómago había abandonado a sus amigos en el Red Lion entre risas y manotazos en la mesa. Hacía tres horas más que el mismo Gregory McCorti había ido a tomar el té a casa de su abuela con la intención de sacarle algo de guita, pero la abuela no estaba en la casa familiar pues era miércoles, y como todos los miércoles estaba jugando al Cribbage con las amigas. Sin embargo el desesperado Greg tuvo la fortuna de encontrarse con su viejo amigo Stewart en la esquina de High Street y London Road y se fue bajo su hombro al pub antes mentado y en el que en ocasiones trabajaba. Sería la única vez que la diosa le sonriese ese día.
Hacía una hora que el jubilado y exboxeador Frank Calium estaba disfrutando de su serie favorita en la televisión pública en estado de duermevela permanente cuando le despertó de repente el ruido del agua hirviendo en el kettle. ¡Qué raro! Divagó cada día me hago más mayor, no recuerdo querer tomar un té y se encaminó hacia la cocina.
Greg se juró así mismo que conseguiría el dinero ese mismo día y trató de encontrar a su abuela de nuevo, pero por más que aporreó y maltrató la puerta de la casa la suerte y su abuela le estaban dando la espalda. Resignado, dió marcha atrás a sus planes cuando vió que la puerta de la cocina del señor Calium, aquel anciano que cortejara a la madre de su padre hace poco más de dos años y que no conocía en persona, estaba abierta de par en par. Es hora de darle un escarmiento al viejo pensó, y acechó la casa para encontrarle despatarrado en el sillón principal del salón en lo que parecía un profundo sueño. Así que entró en la casa y ni corto ni perezoso puso el agua a hervir, tenía ganas de tomarse aquél té del que no pudo disfrutar con su abuela en dos ocasiones mientras hurgaba en los cajones de los muebles de la cocina, pasillo y habitación del anciano dormilón. Hasta que oyó hervir el agua.
Como si fuera la mísmisima Excalibur Greg tuvo el tiempo justo para sacar la navaja de su bolsillo y desenvainarla cuando encontró al jubilado con cara de pato con una calculadora en su cocina. Dame todo lo que tengas le inquirió acercándosele y blandiendo amenazante el finísimo acero, atento de que el septuagenario no hiciese ningún movimiento extraño, un paso, dos pasos, tres y cada vez acercándosele más. Lo oyó ligeramente. El muchacho estaba tan borracho que apenas alcanzó a ver el primer lanzamiento, sólo sintió el puño en su ojo izquierdo y una manifestación de estrellas en la cabeza. Sacudió la cabeza y abrió el ojo sano en el momento preciso de ver cómo otro inmenso puño se le aproximaba con la fuerza de una locomotora directo a su boca. Esta vez ni siquiera lo oyó.
Greg volvió a abrir los ojos una hora más tarde en el calabozo, sin haber tomado el té aquella tarde y con los bolsillos vacíos como era de esperar. Y es que hay días en los que es mejor no salir de casa y tipos que no valen ni para el hampa.
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