Mi primer contacto con los amigos de lo ajeno fue temprano y, por lo tanto, traumático. Mi hermano estaba disfrazado de pollito amarillo y mi padre entró en la casa agarrado al tubo de la aspiradora que guardábamos en el desván, los vecinos salieron al descansillo al oirnos en la puerta Ya se han ido dijeron con aquel gracioso acento holandés; mi jovencísima madre estaba asustada pero aparentaba calma, se lo debía a sus hijos, y entró en la casa, con mi hermano de la mano preguntándose si se habrían llevado o no sus playmobil, Boabdil, quédate aquí hijo dijo mi madre y aguanta la puerta del ascensor. Y yo cumplía órdenes aterrado, con la luz del vestíbulo apagada y malsoñando con los ruidos de la escalera Vuelven, están volviendo y me llevarán con ellos. Entonces descubrí que tenía miedo a la obscuridad, pero esa es otra historia.
La segunda vez que supe del arte de sisar ya vivía en birbam e iba al colegio de las adorables monjitas. Mi amigo Perico Abad, Afano, era un especialista en limpiarte el bocadillo a la hora del recreo. Como buen vago, era más listo que el hambre y pronto se dió cuenta de su habilidad, empezó a ganarse su buena fama en las pequeñas papelerías del barrio y en los establecimientos de 24 horas de la capital, cada semana se surtía de nuevos estuches que malvendía en el recreo a los mayores, y merendaba gratis siempre que no estaba en el barrio. No tardó en ascender de división e ir a rapiñar, como él decía, a los grandes almacenes. Afano no era el Vaquilla ni pretendía serlo, se trataba de un juego, un peligroso y adictivo juego. Pero ninguno nos dimos cuenta de ello.
Un jueves por la tarde, durante una clase de pretecnología, se me acercó y llamándome por mi verdadero nombre me dijo ¿Qué quieres que te traiga? ¿Qué necesitas? Y yo, con los ojos desorbitados, un incrédulo ¿Cómo? Le espeté ¡Venga! No te hagas el tonto, todos estos cobardes están siempre pidiéndome que les traiga cosas, tú sabes, como todos, de dónde salen esas cosas ¿qué necesitas? ¿una caja nueva de rotuladores, ceras, un tipes? Yo no supe qué decir y, para ser sincero, no recuerdo qué se me pasó por la cabeza. Justo cuando abría la boca me interrumpió No te lo voy a vender, es un regalo, me caes bien. Y me quedé con el buzón abierto, tenía delante de mí a uno de mis héroes, aquí estaba el nuevo Robin Hood. Lo que quieras, cu, cu, cualquier cosa me vendrá bien, aun, aun, aunque no ne, no ne, no necesito nada en realidad. A la mañana siguiente encontré un estuche a estrenar en mi cajonera. El viernes siguiente encontré un paquete de lápices de colores que no tenía el estuche, pues era un estuche profesional, de niños mayores, cargadito de rotuladores para hacer dibujo técnico y que, evidentemente, desperdicié; y así cada viernes durante dos meses fui recibiendo un regalo y renovando todo mi material escolar.
Afano desapareció dos años más tarde. Un día llegó exultante a clase ¡Me voy! gritó dejo el cole. Y como palomas peleando por migajas de pan nos acercamos a él. Voy a trabajar con mi padre, en el bar, el cole no sirve pa ná.
He estado sin saber nada de él durante años, supuse que pronto desaparecería del barrio, se cansaría de trabajar para el padre, de servir cañas a borrachos, de levantarse pronto para preparar cafeses, de barrer el suelo y tantas otras cosas que de niño decía que él jamás haría. Reconozco que nunca me preocupé por él, que nunca me interesé por dónde podría estar o a qué se dedicaría, probablemente porque algo en mi interior me decía que no andaría haciendo nada bueno.
Hace un mes salió su foto en el telediario. Al parecer se ha escapado de una cárcel de máxima seguridad en el norte, donde había ingresado por múltiples delitos entre los que se encuentra el asesinato de... (me van a perdonar pero es casi mejor no contarlo, hay cosas que, definitivamente, es mejor no saber, por crueles y porque nunca se sabe cuál es la edad de los oídos que escuchan y los ojos que leen), también hablaron de robos con intimidación y un interminable número de pequeños hurtos. Llevaban años tras él cuando le pillaron. Se cree que ha huido a Francia, pero nada se sabe con certeza. Ayer fui al bar de su padre, el viejo aún estaba allí sirviendo vinos, triste, consumido, con el mentón golpeando el piso y esquivando huesos de aceituna. Sólo quería ver cómo era el ambiente, tomar una birra y largarme, pero justo en el momento en que me encaminé hacia la puerta entró un viejo profesor del colegio que me reconoció de inmediato. Tuve que aceptar su invitación y me tomé una cerveza más con él, tras la cual él tuvo que aceptar la mía, así funcionan las cosas entre bebedores.
En nuestra charla era inevitable que surgiese el tema Afano. Vosotros le reíais la gracia me eructó la primera en la frente, no... no me mires así, no os culpo, cómo ibais a saber vosotros que las cosas iban a acabar mal... erais unos niños, no os podíais imaginar nada. El chico empezó a tener verdaderos problemas cuando abandonó la escuela ¿sabes? No aguantaba la disciplina, no aguantaba a su padre, estaba obligado a trabajar aquí y en ocasiones se arrepentía de haberlo dejado todo ¿sabes? Yo lo sé porque llevo viniendo por aquí muchos años ¿sabes? Desde que se marchó del cole ¿me entiendes, no? Era un muchacho muy listo, y yo estaba preocupado por lo que le pudiese pasar... El caso es que una mañana el padre no lo encontró en su habitación, estaba claro que el crío no había dormido allí ¡Imagínate el enfado que agarró el señor Abad! ¿Te lo imaginas? Asentí Pues no tiene nada que ver con el que se pilló cuando descubrió que el niñito de los huevos había reventado la caja registradora y había huido con el dinero. Nunca más se supo de él directamente, de vez en cuando se dejaban caer por aquí unos polis para ver si había noticias pero... hasta hace un mes... hasta hace un mes no se supo nada. Ni siquiera avisaron a la familia cuando lo llevaron preso.
Donde estés, Afano, Robin de birbam ¡No te dejes coger!
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