Burt Hunnigan no es su verdadero nombre. En realidad se llama Jonhatan Carrick, pero su nombre es un dato inútil con el que empezar a hablar de él. Vive en Leeds, cerca de Great Wilson Street, en Waterfront, y se acerca cada mañana al centro de la ciudad, husmea por Leeds City Kirkgate Markets bananas a treinta peniques, vinilos de Fleetwood Mac, carritos de bebé, aguacates de un verde radiactivo, películas de Travolta como Urban Cowboy, salchichas polacas o productos sudafricanos. Falsas chimeneas que funcionan con gas, periquitos, champú, sishas, papel de fumar, aceites que no son de oliva, fish and chips, té, hamburguesas de pollo y carne de dudosa procedencia. Matrimonios polaco-norteafricanos caminan de la mano. Acentos extranjeros como el suyo, como el mío.
Se acerca con sigilo por The Headrow entre las gentes, y aparca a Noodles en un árbol, que le ladra enfadado, cuando llega a la puerta de la Leeds Art Gallery entre los ancianos que juegan al ajedrez con figuras de medio metro y los adolescentes que hacen parkour. Entra con la intención de meter mano a los visitantes despistados que, como mi amigo Boabdil, juegan a ser intelectuales por un rato, de eso vive con la complicidad de los vigilantes de seguridad que sólo llaman a la policía cuando el bueno de Burt está en la calle, con el botín en el sobaco. Pero hay días en los que no encuentra nada que rascar y mira los cuadros recordándose el niño aquel que da sus primeros pasos corriendo y tropezando hacia los brazos de su padre, no se cuestiona qué hizo mal para verse así... en realidad lo hizo todo bien... entonces ya soñaba con ser vagabundo ¡joder! Y así, poco a poco, ha conocido cada una de las obras de arte del museo, Rodin, Charles Sims, Fank Dobson, Kenneth Clark, Lady Elizabeth Butler, Paula Rego o Jacob Kramer, e incluso, en ocasiones, va sólo de visita con la panza llena, pues sólo roba para comer, pero un día, al llegar al Raider´s Bread de Anthony Earnshaw rompió a llorar.
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