Podría borrarlo, sólo ha pasado un día y apenas nadie se daría cuenta. Quizá ni siquiera tú, Boabdil (yo voy a respetar eso que hablamos de la intimidad cuando empezamos con esto), te enterarías. ¿Fue sólo un sueño? ¿Lo escribí o no lo escribí? ¿Me llamó el coso o no me llamó? Decía que podría borrarlo pero no voy a hacerlo, y ¿sabes por qué? Porque respeto los acuerdos que alcanzamos aunque cada día te vaya perdiendo más y más el respeto. Porque amigo no hay derecho a hablar así de tus amigos, que parece que lo haces por pura diversión y sólo cuentas las rarezas y nunca las genialidades. Yo podría hablar de tantas cosas... no olvides jamás que el que calla está observando.
Ahora que estoy sentado tranquilamente bebiéndome un té y escuchando a Jimi Hendrix recuerdo cómo era ese niño tímido, larguirucho y enclenque que apareció un día de febrero en aquella vieja clase de un colegio católico, ese niño con pinta de saberlo todo, gafitas ajustadas a unos ojos tremendamente grandes, y repeinado con la raya a la izquierda con lengüetazo de vaca. Siempre el primero en todo aunque todo quedase a medias, siempre llamando la atención y mangoneando a los demás. Espera, espera que me caliente las manos agarrando la taza de té y sigo, porque la venganza se servirá fría pero mis manos han de estar calientes. Tranquilo, Boa, respira, que es una venganza suavecita.
Recuerdo que un día, éramos muy niños, la monja repartió unos controles de matemáticas que habíamos hecho la semana anterior, tú no debías tener el tuyo porque mirabas al suelo y no hacías las típicas preguntas molestas pero tan divertidas para tus compañeros, aquellas preguntas que solías hacer a todas horas. La hermana empezó a corregir el examen con gran precisión, puntualizando cada palabra, cada dato, con exactitud, recreándose ya que no era molestada por nadie, al terminar aprovechó para echar la reprimenda a algún alumno del que no quiso revelar el nombre Porque hay cierto compañero que cree que terminar las cosas pronto es sinónimo de hacer las cosas bien ¡pero este niño! Este niño no sabe que hay que pensar dos veces las cosas antes de responder y por eso le va a ir mal conmigo ¡muy mal le van a ir las cosas conmigo! ¿Me oís? Muy mal. Por eso tiene un cero en este examen, porque no ha adivinado ni una sola pregunta, porque eso es lo que hace él ¡a-di-vi-nar! No resuelve los problemas, los adivina. Desde que empezó a hablar empezaste a llorar, primero levemente, con vergüenza, como si tu reputación se viese agraviada porque los demás te viésemos llorar y no porque fueses un burro con orejas. Poco a poco tus gimoteos se oían cada vez más, hasta que por fín, esta vez sin quererlo, interrumpiste la reprimenda de la profesora, a quien al parecerle tan sumante extraño verte llorar paró y se preocupó por tí. ¿Por qué lloras? y dijo tu nombre (yo ese detalle me lo ahorro ¿te das cuenta?) ¿qué te ocurre? Tú te limpiaste la cara con las manos y lloriqueando acertaste a decir Porque ese del que hablas soy yo. La monja desconcertada agachó la cabeza en tu dirección y te espetó No, no eres tú ¿es que acaso no sabes sumar las puntuaciones, o no encuentras la nota en tu ejercicio? Levantaste la mirada No tengo mi examen, y lo terminé el primero de todos, como siempre.
Claro que no eras tú, tuercebotas. ¡Cómo ibas a ser tú si eras buenísimo en mates! ¡Si llevabas el curso entero sin hacer ni un día los deberes de matemáticas y aprobabas con la gorra! Ay, Boa, lo que quedó claro ese día es que eras un llorica y un cobarde, y lo peor de todo es que lo sigues siendo.
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