Recuerde lo que le digo siguió susurrando es un nombre prohibido y la puerta se abrió violentamente golpeando la pared sin que se atisbara a nadie allá afuera El viento está bien bravo hoy dijo el más chaparrito de los dos mientras se ponía en pie y se acercaba al viejo portón. Un aire ligero entraba por el hueco de la puerta como notas de un piano perdidas en la oscuridad de una casa abandonada, un débil aliento que bajaba de las térreas colinas, un soplo tan inútil para abrir la cancela como el golpeo infantil de una mano de goma ¡Virgen de Guadalupe! Gritó el chaparro dando un salto sobre sus pasos y cayendo con el culo en el piso arcilloso al ver a alguien culebreando en la tierra.
Le tumbaron a mi lado, era uno de los esbirros de Sorano, un hombre de mediana estatura, ya mayor, de pelo cano donde lo había, parecía de otras tierras más al norte, tenía unos escandinavos ojos azules y la piel curtida por el sol como un timbal, traía las ropas deshilachadas, venía con los pies desnudos dejando una tímida huella de sangre, si los hombres de Sauquillo fuesen atentos no les costará mucho encontrar este refugio pensé; tenía una fiebre muy alta, estaba muy sucio, como si hubiese vagado por el desierto durante años. Fue un baño de sangre, mis cuates, fue un baño de sangre repetía mientras los dos hombres le daban friegas. De vez en cuando gritaba y pataleaba como preso por un conjuro y los chamacos trataban de contenerle, otras veces dormía plácidamente como un bebito con el dedo gordo en la boca, y las menos hablaba con los ojos en blanco No alcanzamos Santa Catalina... nos tendieron una trampa... esos bandidos nos esperaban... no alcanzamos siquiera la tierra verde... nos patiaron por la espalda... no llegamos a Santa Catalina... fue una trampa de esos cobardes... yo no vi al niño, lo juro... por los hijos de mis hembras... lo juro... no alcanzamos aquél pueblo... lo juro, lo juro, no le ví... no estaba en ningún lugar... aparecieron como fantasmas para patiarnos el trasero... esos bandidos... gallinas... se levantó una gran polvareda... esos culorotos... no llegamos a pisar la tierra verde... nos patiaron... nos cegaron... acoquinados... no se podía ver nada, lo juro... lo juro... no alcanzamos Santa Catalina... aparecieron tras el cerro... malnacidos... lo juro... aparecieron de la nada... no ví al niño... lo juro... no alcanzamos Santa Catalina... alguien les debió de avisar... lo juro, no ví al niño... nos estaban esperando...
Fueron muchas horas aguardando en la obscuridad entre delirios propios y extraños, muchas horas observando a los chamacos haciendo guardia en la ventana, muchas horas sintiendo al viento mecer las cadenas que servían para atar a los caballos, y aún sabiendo esto, en mi mente se figuraba la muerte con su ejército viniendo a buscarme, a buscarnos. Al fin y al cabo eso es lo que estábamos esperando todos. Sauquillo había ganado esta batalla y esta guerra y querría terminar su trabajo.
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