El pasado 14 de abril, además de cumplirse el 79 aniversario de la proclamación de la II República Española, se cumplió un año de mi primera entrada, habla el coso, en este proyecto que con mi amigo Boabdil decidimos llamar el coso bipolar. Para celebrarlo nos decidimos por chatear, con ausencia de buen vino, en una de esas redes sociales cuyo nombre recuerdo pero que más nos valdría olvidar, a todos. Decidimos que la fecha de publicación se alargaría hasta el 20 de abril, cumpliéndose veinte años de la carta-canción de Celtas Cortos que tantas veces cantamos y silbamos por las calles de birbam en nuestra adolescencia.
He copiado en cursiva sus palabras y he dejado rectas las mías por el simple hecho de que yo soy el encargado de transcribir aquella conversación sin intención literaria. El texto ha sido manipulado descaradamente, y se han eliminado ciertas anotaciones que destapaban velos necesarios. Todo de mutuo acuerdo. Ni está todo lo se dijo ni todo lo que se dijo puede estar:
Me gustan las palabras, me excitan, me inspiran confianza hasta los insultos, reniego de halagos y palmaditas en la espalda. Me emociono cuando el sol se esconde entre las nubes y espero atento a que vuelva a surgir como un inocente cucú tras. Me revientan las salas de espera y el olor a cerrado del interior de los coches. Aborrezco todo medio de transporte que no sea el tren o el barco, por románticos. Auténticos caballos de acero humeantes ¡qué carajo! Me excito con la máquina de vapor.
Pues yo prefiero el polvo del desierto violándome los ojos. Me gusta pasear por las noches por las estrechas calles de birbam, pararme en una esquina a mirar a la luna chorreando sudor sobre los tejados, encontrarme en lugares insospechados a mis amigos, los bares con palillos y servilletas en el suelo... Me intrigan las espaldas y las corvas femeninas, me dejo acariciar desde lo lejos, con soplos violentos en el cogote. Me pirro por los puntos suspensivos.
A mí también me gustan esos bares, Boabdil, añoro los aperitivos callejeros, las calles en cuesta de birbam, añoro birbam... y Buenos Aires, por supuesto.
Pero yo lo que quiero son veranos de franela entre sus pechos, quiero atardeceres ausentes de poliuretano, quiero porra antequerana y boquerones fritos cada día, mezclar la samba y la música celta, despertar sin darme cuenta, y dormirme como quien apaga un televisor. Pero daria la vida por...
No, Boa, no la darías, te la robarán un día.
¿Y quién sabe? Si lo que yo de verdad quiero cabe en un zapato, me vale con un grano de arena para tener la playa, con un pellizco de sal para tener el mar. Mi vida se desvanece en cada palabra que escribo.
Yo, sin embargo, pierdo fuelle cada vez que hablo. Me inquietan las ideas de los demás, sobre todo las que no comparto. Me cabrea sentir que quien habla debería callar y que los más sabios no dicen nada, que esperan su turno sin molestar, que aprenden sin enseñar.
¡Ja, ja! A veces sí que coincidimos. Me molesta que te calles, que decidieses callar un día, que le pongas muros a tu cuerpo, que te indignes, te cabrees, te irrites y luego calles otra vez... ¡Qué nada se arregla si no se habla! ¡Qué hay que romper las reglas para ser más libres! Escribirlas primero, que queden bonitas y después... desgarrarlas con los dientes y destrozarlas en el estómago.
Pero, a veces, las reglas son necesarias. Tenía sentido no identificarnos. He entendido, con el tiempo y unas cuantas charlas, que quién se equivocó aquí fuí yo... sí, lo repito, fuí yo quien reveló mi nombre. Pero ya fue, boludo, no da. A mí tampoco me gustan cosas de ti, y me las callo.
Ese es el problema.
Está bien, hincha pelotas, me irrita que no termines lo que empiezas, que abandones tus cosas desperdigadas por el suelo, que no encolerices por nada, que seas un frío témpano adormecido, que te pegues cabezadas contra la pared en la soledad de tu habitación. Que hables de los demás y nunca de ti. Tu obsesión por la salsa de tomate. Tu vagueza, tu mentón elevado, tu mirada perdida.
Bueno ¿qué? ¿Te sientes mejor?
Pues sí, pero espera, envidio las nubes en tu cabeza, las realidades que escondes en tus bolsillos, que no le tengas miedo a los relojes de arena, que sonrías porque sí y que vagues por birbam por la noche con cara de pena cuando rascándote la piel no se encuentra un mísero atisbo de ella.
Oye, a mí me desagrada que rimes sin quererlo, que no digas adiós, y que me des un abrazo al saludar.
El frío siempre tiene solución.
Pues a mí que me den tres mantas. Ya sabes que me cuesta olvidar lo malo, que el frío se me cuela en los huesos en verano y que nunca pierdo mi bufanda. En fin que me quedo sin saber a dónde vamos, que un año no es nada y apenas pica en las consciencias, que te mojes como el otro día alguna vez, ya sabes que a mí esos temas me resbalan y que si quieres podemos reelaborar las reglas que redactamos.
Sí, quizá deberíamos incluso publicarla.
Eso lo dejo en tu mano, coso, tú mandas. No te parece que a veces estamos los dos sentados frente a un espejo, que nos miramos, nos tocamos con cuidado, nos investigamos, nos reimos las gracias pero que no nos fiamos.
Absolutamente. Es como ser Alicia. Un par de Alicias timoratas y desconfiadas, ninguno de los dos atravesariamos el espejo. No hay huevos.
En fín, esto nos llevaría a una conversación más larga, sin nocturnidad, mucho más elaborada y qué quieres que te diga yo para eso no estoy hoy. Pues eso, que te mando un abrazo, que espero verte pronto, que los suelos de palillos y servilletas extrañan las pisadas de tus botas.
Amigo, te mando un abrazo estrangulador. Nos vemos pronto. Take care.
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