Era una mañana apacible, pese a que el cielo estuviese cubierto de nubes no corría el viento. Agarré mi bicicleta dirección al pueblo más cercano, por la acera, era temprano y alguna legaña había sobrevivido a un débil lavado de cara. Por la acera se podía pedalear con tranquilidad.
Tengo que ir un día cada semana al pueblo de al lado para asistir a clase de inglés, nunca me gustó encontrarme en un aula con unos desconocidos que no me interesan lo más mínimo con los que al principio no podía hablar porque desconocía la lengua y con los que ahora no puedo hablar porque no tenemos nada en común. Nada que no sea que somos extranjeros. No me gusta que todos pretendan llamar la atención de la profesora, me recuerdan a mí con catorce años. Sólo hay un chico eslovaco, el más joven de todos, que permanece callado y pregunta cuando le dan permiso.
Mrs Northgate salió esa misma mañana de su casa en el pueblo de al lado con una inmensa bolsa colgando de su brazo derecho. Se había despertado muy pronto para limpiar la casa vacía de hijos y marido hoy no ponen mi teleserie favorita, saldré a pasear, hace un buen día pensó. Mrs Northgate es adicta a una serie de televisión y a hacer calceta, tiene el pelo blanco y largo, pero siempre lo lleva recogido con un moño. Le gusta toda prenda de vestir con estampado de cuadritos y las botas de lluvia, añora a su marido y se emociona cuando reconoce por la calle a los amigos de sus hijos. Una vez por semana, una sola vez por semana, va al parque que hay tras la biblioteca a tomar el sol y a sacar a pasear a su mascota. Ese era el día.
Afortunadamente hacemos dos descansos, uno de ellos es innecesario para los no fumadores, quince minutos por lo general bastante largos si no tienes con quién hablar, y la verdad que la pieza de fruta me la puedo comer mientras me dan clase. El segundo es un descanso para comer, casi una hora, generalmente desde las 12.45, si hace buen tiempo me voy al parque que hay detrás de la biblioteca y el centro social a tumbarme en una pequeña duna mientras me como un sandwich de queso cheddar, cebolla, zanahoria y mayonesa y un pequeño bocadillo de mexican chicken, no sé si es que al pollo lo crían en México o si es que como pica un poco les recuerda al Chili con Carne. El caso es que este día del que hablo estoy ahí tumbado, con los ojos semicerrados, a veces oigo ruidos y los abro con estrépito para descubrir que no pasa nada, que son mis miedos golpeando la puerta. De tantas veces que los he abierto decido reclinarme y observo que la señora de enfrente, con quien ya he coincidido alguna vez más en este mismo parque, lleva los últimos quince minutos mirando fijamente a un seto.
La señora de enfrente es Mrs Northgate, pero yo aún no lo sé. Debe estar loca pienso. En un momento dado aparace otro vecino con un perro, le suelta la correa y el perro corre como loco y sin destino fijo por todo el parque, pero de repente se para, ha olido algo y sale como un rayo hacia Mrs Northgate, ladra, jadea, mueve el rabo como un julajó, y se precipita contra una piedra que hay precisamente en el arbusto al que mira Mrs Northgate. El dueño del perro ata en corto a su mascota y habla con la señora. No puedo oirlos. El señor y su can se marchan tan contentos del parque mientras habla uno con el otro, mientras ladra el otro con el uno.
Siento que debo prestar atención a esa piedra que hay allí donde Mrs Northgate clava su mirada. Tardo poco en percibir que la piedra se mueve y que si la lógica sirve de algo no debe de ser una piedra ese objeto que se mueve lentamente. Como soy escéptico y no llevo las gafas me acerco lo suficiente hasta que no puedo creer lo que estoy viendo: la hija primogénita del galápago de Churchill, ahí mismo, en el pueblo de al lado y frente a mis judáicas narices. Me acerco aún más a la tortuga hasta que bruscamente, con toda la brusquedad que se le permite, se esconde en su caparazón. Miro a la señora, me presento y se presenta. Y como soy un curioso peor que bien le pregunto por su mascota. Al parecer era de su marido, el difunto Mr Northgate quien pasó a mejor vida hacía ya cuarenta años, sus hijos no se querían ocupar de ella, tampoco de la tortuga. Eso es lo que creo que debí entender, porque para mis oidos sus palabras dijeron que una mañana apareció muerto Mr Northgate en el jardín trasero de su casa, entre los tomates y acedias que cultivaba desde que compraron la casa, los enfermeros con ayuda de la policia retiraron el cadáver esa misma mañana. Una vez se hubieron ido Mrs Northgate fue de nuevo entre tomates y acedias y cual fue su sorpresa cuando vió que una piedra se movía, la agarró con las dos manos y brotaron cuatro patas y una cabeza.
Volví a hablar con Mrs Northgate, Susan para los amigos, y me contó más cosas sobre Pickle, que así se llamaba el galápago. Desmontó de una tacada la invención de mi traducción con una foto de Mr Northgate con Pickle cuando el difunto tenía alrededor de unos 10 años.
Por el tamaño de Pickle y según Internet podría alcanzar ya casi los ochenta años de edad. Pensé en Churchill y la nueva biblia del conocimiento me dice que el bueno de Winston tenía un loro y no un galápago. ¿De dónde me habré sacado yo esa historia? ¿Y esta otra?
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