¿Sabes esa ilusión de ver el arco iris dentro de tus ojos? ¿Esa gota de sudor que sortea tus cejas y pestañas y sala tu córnea? Pues esa mañana empecé a andar algo despistado, sin sentido, quizá turbado por la gente, y fuí andando un buen rato, demasiado, probablemente una tarde entera por aquella avenida., nublado con ese arco iris clavado en la mirada. No sé muy bien si dormí aquella noche o me desmayé cuando amanecía. En cuanto desperté volví a caminar de manera instintiva hacia el sol, cruzando un campo casi yermo, tropecé, me caí, me arrastré como culebra buscando sombra. Imaginé cóndores negros planeando en redor de mi, como estancia previa a la estigia barca. Yo allí sentado, en mi yo onírico, en aquél banco de madera y jugueteando con los pies en el agua, tocando ligeramente con el dedo gordo la superficie, dibujando círculos concéntricos que proyectaba hacia la otra rivera. Tardó en llegar pero al fín nos subimos a la barca, dos chicos chipriotas de unos quince años, seis señoras bolivianas que no habían parado de cantar, y yo. Era evidente que aquella embarcación no era muy estable, te aseguro que nos embargó el miedo con el primer trueno, la barca se meneaba demasiado, cada vez más y más agua entraba por entre las maderas mohinas, llovía con tanta violencia que apenas podía ver a las cantoras bolivianas, sabía que estaban delante de mí porque podía oírlas.
De pronto el mar nos tragó. Y desperté debajo de una tormenta en aquél páramo inicial. Era la primera vez que llovía en los últimos 6 meses en la proximidades de Madama, Níger.
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