Fue la semana pasada, no recuerdo el día exacto pero sí puedo decir cuál era el número de cervezas que me había bebido cuando Cataratas apareció. Hasta entonces estaba todo bien, no sé... normal... como siempre, supongo. A veces, cuando estoy con mis amigos en alguna parroquia pierdo la consciencia, no ya por la ingesta masiva de alcohol en tiempo récor sino porque la sola presencia simultanea de más de dos de estos bastardos sin corazón me embriaga. Habíamos terminado ya de ponernos al día cuando Cataratas apareció. Nos habíamos reido mucho con las historias que Sir Walter, que ha estado los tres últimos meses en Australia, nos contó, pero sobre todo nos desternillamos cuando Malo intentó ligar con dos rubias que mareaban huesos de aceituna en el cenicero, que aunque eran rubias no eran las dos jovencitas que él veía. Hecho éste que le ha ocurrido tantas veces que no por repetido nos deja de hacer gracia al grupete de hijos de puta que somos todos reunidos. Uno por uno no estáis mal decía años atrás Vicky pero cuando os juntáis no hay imbéciles como vosotros. Y como no le faltaba razón no se lo cuestionamos nunca.
Para ser sincero recuerdo bastante poco. Únicamente risas y más risas, provocadas por ese ansia de pasarlo bien a toda costa, ese ansia por exprimir cada segundo que pasásemos juntos esa tarde, conscientes de que esos ratos ocurren cada vez con menos frecuencia. Sí recuerdo a Andrés hablando de lo maravilloso que era montar en bicicleta por birbam, esgrimió unas razones buenísimas que soy incapaz de reproducir y que debió surtir efecto en el siempre presente empeño de Andrés por vencer y convencer ya que nos dedicamos a tirarle de la lengua con el fin de descubrir qué había detrás de que un día Andrés, el que espía los tejados, decidiera subirse a una bicicleta cochambrosa y pedalear hasta el centro de birbam. El otro día, pojemplo, tuve que í en metro, no sabeh lo que eh eso... ¡tú no sabeh lo que eh eso! Tío, que me voy ziempre a casa con un doló de guevoh quepaqué. Otra cosa no, pero como orador Andrés Herrera no tiene precio. Ejque no ze pué consentí eso ¿eh? ¡No se pué consentí! Decía Andrés o La Nada así como entredientes y a voz en grito al mismo tiempo. Una vergüenza, por un lao loh vagoneh tópetaoh, que no cabe un pene en vaso de tubo... dezpuéh lah niñah, que ca día están máh guapah, y ejque... ¡claro! Con esta jeta que me ha tocao a mí... ¿quién me ze va a quedá mirando? ¡Dime quién! ¡Claro, como vohotroh soih cada día máh niño pera! Bien vestiditoh, bah, la misma mierda que yo soih, la misma piel de mojón de perro soih. Desde las primeras melopeas Andrés solía perder el control de sus palabras cuando bebía. Como aquél día en que, semanas después de haber delatado al viejo Curruca, se fue al Linares y se tomó tres licores de yerba que vomitó según salía por la puerta en los pies del agente Fraile, al tiempo que acusaba al camarero y dueño del bar de haberle obligado a beberse una botella entera de licor. Por un lado tenía que hacerse el gallito, pero también tenía que justificarse ante el agente, que entró como un rayo al Linares a poner un poco de orden. En un principio multaron al dueño y se le sancionó sin poder abrir un tiempo por dar de beber a un menor de edad. Pero el padre de Andrés, que no quería problemas en el barrio, intercedió alegando que el niño era un embustero y un ladrón, que le había robado una botella y que se la había bebido en el prado. El padre de Andrés Herrera vivía por entonces cagado de miedo, no sabía que habia sido su propio hijo quien había delatado al viejo Curruca. Al parecer tenía sobradas sospechas para creer que el traidor había sido el dueño del Linares, que conocía el secreto del viejo y le había protegido durante años. Así que no es extraño que creyera que por culpa del torpe borrachín de su hijo fuese a dar con sus huesos a la sombra unos añitos. Estuvimos un tiempo sin ver a Andrés, y cuando volvió fue cuando empezó a mirar hacia arriba como si espiase los tejados de birbam. Después pasó tres meses de un verano trabajando en el Linares, intuyo que sin cobrar, pues según decía el propio Andrés sí que había robado una botella, pero no a su padre sino al Linares, y como ya he dicho el padre por miedo a ser delatado ofreció a su hijo como mano de obra al dueño del templo del barrio.
Marino y el Coso anduvieron hablando un buen rato en voz baja, algo separados del resto. En un momento en que Marino marchó al baño, el Coso se me acercó y me dijo Me voy, no aguanto más, Marino está cada día más brasas, y además tengo cosas que hacer. Pagó un par de rondas y se fue. Marino, como suele ser habitual, no se percató de su ausencia hasta que llegó Cataratas. Justo en el momento en que pedíamos la séptima ronda (lo reconozco, a partir de aquí perdí la cuenta).
La tarde ya era noche y como tal había cambiado. El grupo estaba cada vez más pesado, chillábamos más, babeábamos más ante la presencia de las niñas y empezamos a cantar, a gritar improperios a todo el que nos retaba con la mirada. Alguno incluso trató de desnudarse ante la mirada acusadora de una pareja de ancianas que bebía biterkas. Todos menos Cataratas, que miraba el fondo de una caña de cerveza esperando que el Nautilus emergiera de repente. Me acerqué al punki y pasándole un brazo por el hombro pregunté ¿Qué ocurre? Pensé que tenías ganas de vernos. A lo que contestó sin levantar la mirada Sí, sí que tenía ganas de veros, venía muy animado pero... mira, iré al grano, no te lo puedo contar todo pero... sí te voy a decir que me he encontrado con el Coso y no me ha gustado lo que me ha contado... ¿Pero qué te dijo? interrumpí, No te puedo decir nada, le he dado mi palabra, pero... simplemente no está cómodo. Y se hizo un breve silencio molesto como el goteo de un grifo en la noche Sí, yo ya me había dado cuenta... creo que se quiere volver a marchar de aquí, pero... ¡joder! No puede huir toda la vida. Cataratas me miró No es eso dijo, es más serio. Lo siento, no te puedo decir más. Dejó un billete de 10 euros sobre la barra y se marchó esbozando una sonrisa. No le dijo nada a nadie, los demás, un atajo de curdas, ni siquiera se percataron de su huida. Ya en la calle se dio media vuelta y me miró con complicidad, como implorándome a un tiempo que hablase con el Coso y que fuese discreto.
Aún no he hablado con él, no contesta al teléfono. Si soy sincero no recuerdo cuándo fue la última vez que hablé con él, no me refiero a hablar sobre fútbol, coches, literatura, cine, etcétera, sino sentarnos juntos, remover un café y mirarnos a los ojos, como antes. Pero tampoco recuerdo cuántas cañas nos tomamos aquella tarde, ni adónde fuimos después de salir del Linares (¿dónde pensaste que estábamos? De tal palo tal astilla, y ya que nos juntábamos qué mejor que hacerlo en el barrio, ¿no te parece?). Todavía me dura la resaca y un dolor en el costado que alguien me tendrá que explicar, aunque dudo mucho que cualquiera de estos cafres recuerde qué paso.
Para ser sincero recuerdo bastante poco. Únicamente risas y más risas, provocadas por ese ansia de pasarlo bien a toda costa, ese ansia por exprimir cada segundo que pasásemos juntos esa tarde, conscientes de que esos ratos ocurren cada vez con menos frecuencia. Sí recuerdo a Andrés hablando de lo maravilloso que era montar en bicicleta por birbam, esgrimió unas razones buenísimas que soy incapaz de reproducir y que debió surtir efecto en el siempre presente empeño de Andrés por vencer y convencer ya que nos dedicamos a tirarle de la lengua con el fin de descubrir qué había detrás de que un día Andrés, el que espía los tejados, decidiera subirse a una bicicleta cochambrosa y pedalear hasta el centro de birbam. El otro día, pojemplo, tuve que í en metro, no sabeh lo que eh eso... ¡tú no sabeh lo que eh eso! Tío, que me voy ziempre a casa con un doló de guevoh quepaqué. Otra cosa no, pero como orador Andrés Herrera no tiene precio. Ejque no ze pué consentí eso ¿eh? ¡No se pué consentí! Decía Andrés o La Nada así como entredientes y a voz en grito al mismo tiempo. Una vergüenza, por un lao loh vagoneh tópetaoh, que no cabe un pene en vaso de tubo... dezpuéh lah niñah, que ca día están máh guapah, y ejque... ¡claro! Con esta jeta que me ha tocao a mí... ¿quién me ze va a quedá mirando? ¡Dime quién! ¡Claro, como vohotroh soih cada día máh niño pera! Bien vestiditoh, bah, la misma mierda que yo soih, la misma piel de mojón de perro soih. Desde las primeras melopeas Andrés solía perder el control de sus palabras cuando bebía. Como aquél día en que, semanas después de haber delatado al viejo Curruca, se fue al Linares y se tomó tres licores de yerba que vomitó según salía por la puerta en los pies del agente Fraile, al tiempo que acusaba al camarero y dueño del bar de haberle obligado a beberse una botella entera de licor. Por un lado tenía que hacerse el gallito, pero también tenía que justificarse ante el agente, que entró como un rayo al Linares a poner un poco de orden. En un principio multaron al dueño y se le sancionó sin poder abrir un tiempo por dar de beber a un menor de edad. Pero el padre de Andrés, que no quería problemas en el barrio, intercedió alegando que el niño era un embustero y un ladrón, que le había robado una botella y que se la había bebido en el prado. El padre de Andrés Herrera vivía por entonces cagado de miedo, no sabía que habia sido su propio hijo quien había delatado al viejo Curruca. Al parecer tenía sobradas sospechas para creer que el traidor había sido el dueño del Linares, que conocía el secreto del viejo y le había protegido durante años. Así que no es extraño que creyera que por culpa del torpe borrachín de su hijo fuese a dar con sus huesos a la sombra unos añitos. Estuvimos un tiempo sin ver a Andrés, y cuando volvió fue cuando empezó a mirar hacia arriba como si espiase los tejados de birbam. Después pasó tres meses de un verano trabajando en el Linares, intuyo que sin cobrar, pues según decía el propio Andrés sí que había robado una botella, pero no a su padre sino al Linares, y como ya he dicho el padre por miedo a ser delatado ofreció a su hijo como mano de obra al dueño del templo del barrio.
Marino y el Coso anduvieron hablando un buen rato en voz baja, algo separados del resto. En un momento en que Marino marchó al baño, el Coso se me acercó y me dijo Me voy, no aguanto más, Marino está cada día más brasas, y además tengo cosas que hacer. Pagó un par de rondas y se fue. Marino, como suele ser habitual, no se percató de su ausencia hasta que llegó Cataratas. Justo en el momento en que pedíamos la séptima ronda (lo reconozco, a partir de aquí perdí la cuenta).
La tarde ya era noche y como tal había cambiado. El grupo estaba cada vez más pesado, chillábamos más, babeábamos más ante la presencia de las niñas y empezamos a cantar, a gritar improperios a todo el que nos retaba con la mirada. Alguno incluso trató de desnudarse ante la mirada acusadora de una pareja de ancianas que bebía biterkas. Todos menos Cataratas, que miraba el fondo de una caña de cerveza esperando que el Nautilus emergiera de repente. Me acerqué al punki y pasándole un brazo por el hombro pregunté ¿Qué ocurre? Pensé que tenías ganas de vernos. A lo que contestó sin levantar la mirada Sí, sí que tenía ganas de veros, venía muy animado pero... mira, iré al grano, no te lo puedo contar todo pero... sí te voy a decir que me he encontrado con el Coso y no me ha gustado lo que me ha contado... ¿Pero qué te dijo? interrumpí, No te puedo decir nada, le he dado mi palabra, pero... simplemente no está cómodo. Y se hizo un breve silencio molesto como el goteo de un grifo en la noche Sí, yo ya me había dado cuenta... creo que se quiere volver a marchar de aquí, pero... ¡joder! No puede huir toda la vida. Cataratas me miró No es eso dijo, es más serio. Lo siento, no te puedo decir más. Dejó un billete de 10 euros sobre la barra y se marchó esbozando una sonrisa. No le dijo nada a nadie, los demás, un atajo de curdas, ni siquiera se percataron de su huida. Ya en la calle se dio media vuelta y me miró con complicidad, como implorándome a un tiempo que hablase con el Coso y que fuese discreto.
Aún no he hablado con él, no contesta al teléfono. Si soy sincero no recuerdo cuándo fue la última vez que hablé con él, no me refiero a hablar sobre fútbol, coches, literatura, cine, etcétera, sino sentarnos juntos, remover un café y mirarnos a los ojos, como antes. Pero tampoco recuerdo cuántas cañas nos tomamos aquella tarde, ni adónde fuimos después de salir del Linares (¿dónde pensaste que estábamos? De tal palo tal astilla, y ya que nos juntábamos qué mejor que hacerlo en el barrio, ¿no te parece?). Todavía me dura la resaca y un dolor en el costado que alguien me tendrá que explicar, aunque dudo mucho que cualquiera de estos cafres recuerde qué paso.
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