Sí, acabo de entrar en el blog después de tres semanas más o menos (en realidad no tengo ni idea de cuando entré por última vez), he leído el último post de Boabdil y ardo por dentro. Voy a contar hasta cien con la intención de no vomitar cualquier palabra de la que me pueda arrepentir. 1, 2, 3, 4,... 21, 22, 23,... 44, 45, 46,... 77, 78,... 99 y 100.
No eres tú, Boa, sino yo, quien debería airear mis miserias, si quiero, que no es obligación. Creía que lo tenías claro ya. Hace más de un año que te llamé desde Hampshire y te empapaste de mis lágrimas por teléfono. Imagino que andabas mal de inspiración aquellos días y tuviste que contar aquél episodio saltándote una de las tres primeras reglas que escribimos para embarcarnos en el proyecto cosito (siempre en minúscula, las mayúsculas solo adornan), aquella que dice que jamás se delatarán las identidades de los miembros del proyecto, ni siquiera la propia. ¡Y mucho menos la del otro! Pero lo dejamos pasar, nos costó solucionarlo, pero siempre que hablamos arreglamos nuestros problemas. Es cierto que en esta ocasión no atiendo al teléfono, es cierto que voy a lo mío, pero siempre ha sido así, siempre he vivido en El hombre que casi conoció a Michi Panero, y creo que ya es tarde para cambiar de canción. Pero también es verdad que las cosas no se pueden solucionar por medio de la frialdad dospuntocero, en ocasiones los problemas no se pueden solucionar.
No va a ser por este medio por el que te cuente qué es lo que asola mi ya de por sí perturbada mente, no seré yo quien genuflexe ante mi propia imagen reflejada en el espejo, no serás tú tampoco.
Voy a seguir sin contestar a tus llamadas, voy a seguir sin mirar atrás, entreteniéndome recordando los azulejos lisboetas, la calzada porteña, los senderos del New Forest.
Y mientras tanto te espero el próximo jueves en el Linares.
No eres tú, Boa, soy yo.
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