jueves, 31 de diciembre de 2009
tan rícamente
el mar tiembla
martes, 29 de diciembre de 2009
jueves, 24 de diciembre de 2009
martes, 22 de diciembre de 2009
Me cago en easyjet (Feliz Navidad).
jueves, 17 de diciembre de 2009
Si me ves sonreir tírame piedras.
No estoy loco, aunque quisiera que me encerrárais en un tarro de mermelada de grosellas,
con pepitas silvestres y un cordón umbilical atenazándome el cogote (y el alma).
Y mi hermano canta los himnos que queríamos olvidar de niños
rezan los jipis en la plazuela.
Si me ves es porque estoy aquí delante. El primero.
Soy el tipo al que hay que disparar y, sin embargo, nadie lo hace.
Si te vas a dormir déjame un rato, con el bote de barbitúricos escupiéndose a sí mismo.
Yo me pierdo en mi ombligo y doy mil vueltas. No me invento, estoy ahí.
Soy el primero, al que hay que disparar.
Soy el primero, el que se borra.
No estoy.
Y mi hermano reza las leyes que quisimos quebrar
cantan los jipis.
Soy el que yerra,
el que te espera.
El que aguanta sin estar y no se nota.
El que se deja ver sólo por tí.
Si me ves sonreir tírame piedras,
trata de romperme los cristales.
No estoy,
alguien me habrá borrado de su vida
acaso vos me ves?
inquiero.
martes, 15 de diciembre de 2009
No, aunque, pero, sin embargo.
viernes, 11 de diciembre de 2009
Un nombre prohibido.
jueves, 10 de diciembre de 2009
martes, 8 de diciembre de 2009
lunes, 7 de diciembre de 2009
Raúl Sorano
Perdone, señor, pero no sé de quién habla yo...
jueves, 3 de diciembre de 2009
una habitación desordenada
domingo, 29 de noviembre de 2009
How I wish you were here

jueves, 26 de noviembre de 2009
lunes, 23 de noviembre de 2009
Es hora de bajar.
Estaba navegando por la red cuando por casualidad entré en El coso bipolar. Un dedo inquieto pulsó el botón equivocado para encontrar tus desafortunadas palabras, Coso. Aún así agradezco que no desvelaras mi identidad y sí la tuya. Vuelve a leer mi anterior entrada y dime dónde digo que Juan Luis Rovira eres tú. Y aunque lo seas, también pactamos que podíamos hablar el uno del otro tantas veces como queramos y sin tener que ser fieles a la verdad. Y aunque la sangre saliendo por mi garganta me pide una venganza como la tuya, te perdono por ahora, no olvido tus palabras, simplemente te observo allá arriba, sobre aquella biblioteca en la que te descubrí por primera vez, durante una clase. Y creo que ya es hora de bajar. Es hora de volver a hablar y ser como el resto de los mortales, como eres, como somos.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Sí, anteayer le llamé.
martes, 17 de noviembre de 2009
Ayer hablé con Juanlu.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Calium vs McCorti.
miércoles, 11 de noviembre de 2009
domingo, 8 de noviembre de 2009
Mateo Lorenzo alias Malo.
jueves, 29 de octubre de 2009
Una mala fotografía
miércoles, 28 de octubre de 2009
Pierdes.
domingo, 11 de octubre de 2009
¡Ah, era ella tan bonita!
En realidad está igual a como la recordaba ¡Está bien! Tiene como once o trece años más que entonces pero está igual. Ahora es una mujer, ya no es la niña a la que había que acompañar hasta el portal de su casa, no es la niña que se ruborizaba si sentía mi sexo despertar cuando nos besábamos en la boca del metro, siempre en distintos peldaños de la escalera para solventar la diferencia de altura. Sigue teniendo esos ojos ligeramente achinados y hechiceros, esos ojos que invitan a perderse en su profundidad, a lamerlos y relamerlos. Sigue teniendo un pelo fuerte de caoba brillante como si escondiese el sol en sus raices, y una piel morena como si fuera la mujer primigenia, sin adanes, sin serpientes que inviten a manzanas, como si el mismo dios (el tuyo, el de ellos, el que quieras) hubiese bajado a darle forma con sus manos.
Ya entonces me perdía en sus labios deseando mordiscos de sus dientes, teclas del piano del Maharajá de Kapurthala o del onassis de turno, y los mordía con ansia y hasta rabia, deseando que sangraran en mi boca, que su sangre se mezclase con la mía. En esa época yo también era un niño y no sabía cómo hacer que se colase entre mis sábanas. Aunque, he de reconocer, que me valía con rozarle los senos con mi pecho, con acariciar su culo furtivamente, con pasear de su mano y ser la envidia de otros niños. ¡Ah, era ella tan bonita! Tan bonita como lo es ahora, qué lástima que haya perdido la tulgencia adolescente, que lástima que haya ganado manías de mujer adulta, y que tenga (seguramente) muchos prejuicios y pocas vergüenzas.
De repente levanté la vista del cuaderno porque empezaba a llover, le miré a los ojos y sus ojos no estaban para mí sino para el suelo ¿Pasa algo? Pregunté temeroso de que no le gustase lo que le había escrito. No, no pasa nada... nada malo dijo levantando la cara y dejando que alguna gota de lluvia perdida cayese en sus mejillas Sólo trato de retener este momento, no creo que nunca nadie más me escriba poesías. Yo no lo sabía entonces pero ella ya me había buscado un reemplazo y chocaba su cuerpo contra el de otro, y la prolongación de su cuerpo en una mano empezaría a acompañarle a casa.
jueves, 24 de septiembre de 2009
Andrés habla de Irineo.
Iri sá comprao un coche nuevo, la vida le va bastante bien aunqueee… no para de currar, vive pa ese negocio que tiene, lo de loh churroh, é mu sacrificao, chaval, que ahora é su propio jefe ¿eh? É una lástima ¿verdá? Si no cualquié día déstoh se venía a tomá unos vinoh a lo del Braulio... Mía que yo se lo digo, pero ná tíoh ¡me cambial tema! A veceh dice no se qué de que oh cruzáih de acera, de que no quisistéih sé suh amigoh cuando sizo pobre, no sé, no sé de qué habla, creo que está pallá. A veceh quedamoh en el bar dese amigo suyo... ¿cómo se llama? El Culebrillah le dicen al bá, pero él... ¿cómo se llama él? No caigo, sí, joderrr, como el extremo derecho del Rayo, ese que se daba de vuelta pá envolvé a regateá a loh contrarioh...¡Sir, coño! Tú tiés que saberlo ¡Enga hombreee! Ese que jugaba cuando Hugosánches, que sí, hombre, que sí lo sábeh... ¿Cómo? ¡Tate, eso é! ¡Onésimo! Loh mismoh ricicoh tié el tío. Poeso, que amoh al bá déste pibe, que tié unos mejilloneh al vapor que son lo mejor ca parío madre, te loh pone con su mayonesita y tó ¿sabeh, niño? ¡Estáaan de puuuta madre! Anda que no mabré tirao yo allí tardeh tudiándome el Marca con una cervecita y un platico mejilloneh... Sin el Iri y tó, que me tratan como a un señó ¡y la birra! La birra tá superfrejca, entra solita, que no tiés que hacer esfuerzo alguno, se bebe con pajita ¡no teígo máh! A lo que voy... que resulta que el Iri se noh casa. Con la piba esa, la que conoció en las fiestas de Sigüenza, la morena esa que tá tó güenaaa, ¡mira el Sir cómo se ríe! Poquél la visto, quél la conoce, ¡eh! ¿a que sí? Pooo se casa el tío, tá tó pillao, dice ques la mujé de su vía y no sé qué chorráh máh. Tá hecho un pringao. Peo se le ve bien al tío. Tó colocao, tó seriecito, con su coche nuevo, uno familiar que digo yo debe seh que la parienta tié un bollo calentito en el horno. Ojo quél a mí no ma dicho ná de eso, que son cosah míah. Dice que hay que prevení, que habrá que í pensando en formá una familia ¡chorradah, no teígo! Que si el negocio funciona habrá que pensá en expandirse, que ya no somoh niñoh, que me paece a mí que tié muchoh páharoh en la cabeza el Irineo ¿no creeíh?
Y Andrés se pierde en sus ideas y dejamos de prestarle atención. Y seguimos a lo nuestro, al partido de la tele, a las chicas de la calle o de la mesa de al lado, a las noticias políticas o a las conversaciones cercanas, como si Andrés no hubiese empezado nunca a hablar de Irineo. Pero cada uno de nosotros tiene una idea en la cabeza durante toda la tarde, una idea que nos martiriza más tarde entre sábanas y nos despierta a la mañana siguiente como un martillo golpeando en la pared del vecino, como si fuese el problema de otro, el problema que agarramos por dos días y soltamos cuando empieza a quemar en las manos. Y me juro que si hoy me encuentro a Irineo por la calle no me cruzaré de acera sin saber que cuando dejé de atender a Andrés dijo que Irineo se mudaba, quenel pueblo délla no hay churrería y creen que es un negocio de futuro.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Una tarde cualquiera.
Son las cinco. Una hora más en la península y aunque el mar me rodea esto no es Canarias y ni siquiera se le parece. El caso es que son las cinco de la tarde y mi jornada, al fin, ha terminado. Me quito la chaqueta azul con la que trato de proteger mi ropa ya destrozada por el óxido y el aceite y me la pongo sobre el hombro derecho, agarrándola por el cuello con un dedo, probablemente el índice o el corazón. Con el pulgar o dedo gordo que se come el huevo por el que han trabajado los otros cuatro resulta probable pero poco posible, otros día sí que habré tomado mi chaqueta con ese dedo pero hoy... hoy no. El anular sólo lo utilizo para hurgarme la nariz, es manejable y da más gustito, y el meñique... ¡ah, el meñique! Tiene tanto que contar que siempre calla, se esconde en la palma y espera su momento atrofiándose lentamente, hace las cosas bien, despacio pero con esmero. Estaba diciendo que son las cinco, bueno, son ya las cinco y cinco y me dejo llevar por los primeros seis segundos de sol en el día sobre mi cara, me quedo quieto y hasta bendigo el constante txirimiri. Camino hasta mi casa disfrutando cada bocanada de aire como si fuese la última, andando con el garbo que no tengo, hasta muevo las caderas y bailo como si fuese el Tony de West side story. Llego a casa y arrojo la chaqueta a una silla al entrar en el salón, y me tumbo en el sofá a mirar el techo hasta que me decido por encender la televisión o el ordenador ¡o no haga nada, qué coño!
¡Mira! Parece que escampa, están bailando las nubes y puedo ver el cielo azul ¿era ese su color? También me entretengo esperando a que hagan ruido la pareja de ratones que viven en la cocina (bajo el motor de la nevera), o buscándole la sombra a los árboles, sintiendo que anochece, soñando que amanece y tengo una mujer creciéndome en el bancal.
Hace ya un par de semanas que no veo al conejo furtivo que indagaba en la basura como un gato y se pasa la tarde rícamente sin darme cuenta, y te estoy escribiendo pero... algo tendré que cenar.
lunes, 21 de septiembre de 2009
Tac... tac... tac. Son sólo ruidos.
sábado, 5 de septiembre de 2009
Irineo.
lunes, 24 de agosto de 2009
Una casa sin tomar.
sábado, 22 de agosto de 2009
trenes.
martes, 4 de agosto de 2009
Andrés Herrera. O la nada.
lunes, 6 de julio de 2009
Unas horas en Málaga.
De niño solía decir que era malagueño, viví en esa provincia durante unos años, y fui, por tanto, un niño malagueño, un boqueroncito despistado. Llegaba la Navidad y nos metíamos en el viejo renault 18 (creo recordar) de mi padre dispuestos a ocho horas de viaje con dirección a la capital del reino, a disfrutar de las fiestas con las familias de mis padres, recuerdo con especial ilusión llegar a la casa de mis primos y jugar con ellos durante horas o días, sin parar de correr de un lado a otro, sin parar de gritar, de cantar, de soñar rasgando raquetas que éramos cierta banda de pop adolescente.
Y luego, después de hartarme de oir eso de "andalú arza la pata y apaga la lú", volver al sur, a la tierra que sentía mía como un tortazo de olivos en la pituitaria. Y allí, en esa tierra orgullosa y valiente sentirme "fisno madrileño" por elección popular.
Unas horas en Málaga es olor a vides y a sal, olor a crema solar y a porra antequerana. Unas horas en Málaga dan para enamorarse en cada paso de sus calles y sus mujeres. Unas horas en Málaga es la vida entera sin palabras.
Mi familia volvió a Madriz y el gato, en lugar de la lengua, se comió al boquerón.
viernes, 12 de junio de 2009
Sir Walter Bradbury de la Petanca
La casa de mi amigo no está muy lejos de la mía, si andase hasta allí tardaría unos cuarenta o cincuenta minutos dependiendo del ritmo al que vaya y la cantidad de lindas mujeres que me detenga a observar. En ocasiones el paseo se puede alargar hasta una hora y media, y aunque son las mínimas veces, se debe a alguna compañía con quien comentar las mejores jugadas. Y así, más tarde, en la fresquita casa de mi amigo, analizaremos la moviola con los deberes hechos.
Hoy hace tanto calor... sí, hace tantísimo calor que sólo puedo pensar en estar sentado tranquilamente en su sofá, ahuyentando el bochornoso inicio del verano, tomando un té frío y charlando de cualquier tema absurdo con total seriedad o de cualquier tema transcendental tomandolo a pitorreo. Asi es mi amigo, no se sabe nunca si dice lo que piensa, si piensa después de lo que dice, si piensa, si escupe cócteles molotov, si apaga fuegos lanzando granadas, o si es un auténtico visionario. Para todo tiene mi amigo un visión especial, su postura ante cualquier asunto es siempre sorprendente. Sucede muy a menudo que comienza su discurso en un extremo llamando así nuestra atención para reubicarse lentamente hacia una posición más acomodada. Pero atento, que si ve que alguien se despista vuelve a la carga con una retahila de patrañas incendiarias, desbancando todas las ideas que había defendido minutos antes con fervor.
Un día mi amigo, al que llamamos Sir Walter Bradbury de la Petanca por sus contínuos aspavientos de falso cortesano, nos hablaba de cómo se había formado el universo, él era harto conocedor del tema, había leido en internet tal y cual artículo, conocía revistas extranjeras especializadas que contaban las verdades que a nuestro gobierno no gustaba que se supiesen, incluso llegó a insinuar que había sido protagonista de un avistamiento extraterrestre. ¿Cómo estás tan informado en el tema, Sangenis? Le pregunté burlándome de él comparándole con aquél chaval catalán que en los noventa decía que había visto cómo un ovni, del cual vió salir a tres humanoides, aterrizaba en el tejado de su casa para secuestrar a su madre. Jamás te he visto con nada relacionado con ese tema, nunca antes habías hablado siquiera sobre que te interesasen estos... asuntos. Iba a decir otra palabra, pero sé que se enfada si cree que nos tomamos a broma las cosas de las que habla con pasión. Boa, me contestó, tú sabes que cuando voy a tu casa me subo los seis pisos andando, ¿verdad? y sabes por qué es. Sí, claro , dije, toda tu vida viviste en una casa sin ascensor, te gusta subir escaleras. Esa era la razón que había esgrimido desde que le conozco, pero yo sabía que no era la verdadera, compartíamos un secreto que hasta él mismo había olvidado. Sir sufría pequeñas alucinaciones pasajeras, extrañas y macabras visiones del futuro que nunca se cumplían pero que le atormentaban contínuamente. Una vez esperaba al ascensor en el portal de mi casa cuando en el preciso instante en que se disponía a abrir la puerta recibió un flashazo cerrándola repentinamente. Hay un cadaver, dijo en voz alta, le han asestado trece o catorce puñaladas, es una mujer... joven... rubia, aunque no muy agraciada... tiene los labios morados... debió morir hace horas... y... y el habitáculo es una bañera de sangre. Dió un paso atrás y se dirigió hacia las escaleras de la finca, dispuesto a ascender hasta la casa de mis padres. Esto lo sé porque el conserje presenció la divagación de mi amigo, no te vayas a pensar que me invento los silencios de una anécdota. Cuando le abrí la puerta le note muy nervioso, desconfiado, no tardó en contarme lo que le habia pasado a esa pobre chica a la vez que maldecía por no haber llegado a tiempo. Salí de casa y llamé al ascensor, con cuidado y mucho miedo abrí la puerta para no encontrar nada alli dentro. Traté de calmarle y nos pusimos a jugar al Mariobros.
Sir daba hoy una nueva versión. no existía tal cadáver rojigualda, nunca existió más alla de su perturbada imaginación. Lo que sí existía era una puerta a otro mundo en el ascensor de la casa de mis padres. Aquél día viajé en el tiempo, bueno... no sé si viajé en el tiempo o en el espacio porque a ellos no les interesa, ellos tratan de engañarte todo el tiempo, tratan de mostrarte un poco... sólo lo suficiente... para que te hagas una idea vaga de lo que hay... para que pienses, para que crezcas a tu antojo... a tu ritmo... Al señor de la Petanca le costaba hablar con fluidez, se le notaba nervioso, irracionalmente descolocado, mirando constantemente el techo del salón de su casa. A ellos no les interesa mostrártelo todo, no les conviene, prefieren enseñarte la casa de Elvis, la del gran Buddy Holly, la de Rodrigo, no sé, cualquier cosa que te deje feliz un rato, cualquier cosa que te haga pensar cuando estés de vuelta... y como en su espacio el cuerpo humano no se degrada puedes vivir muchos años allí y te devuelven al mismo momento en que te hicieron desaparecer... es una cosa de locos... lo sé, pero es real... a mi me pasó.
¿Y... cómo fue? Pregunté con miedo. No lo sé, pero eso no importa, la cuestión es que fue, y pude volver ¿no? Estoy aqui.
Sí, el estaba ahí, delante de mi, bebiéndose un té helado en la semioscuridad del salón de su casa, de lo que no estaba yo tan seguro es de que él supiera que allí, sentado a su lado, también estaba yo.
lunes, 1 de junio de 2009
birbam.
De todas las ciudades del mundo es en birbam, sí, con minúsculas, donde una vez fui feliz sin saberlo. birbam es un gigante malhumorado que no necesita disfrazarse con mayúsculas para ser una gran ciudad con carreteras de circunvalación y murallas medievales olvidadas. No necesita acicalarse para ponerse guapa y, sin embargo, lo hace y se estropea cada mes de diciembre. birbam no necesita tradición para ser historia pero quiere mezclarse con otras ciudades y perder su identidad, pasar desapercibida, abandonar al atardecer su boina en cualquier parque y esperar a que las piedras lloren por ser piedras, esperar que los gatos hablen y se olviden de escalar la fortaleza ya derruida.
birbam amanece cargada de chisperos en el cielo, nubes goyescas que soplan redecillas a las cabezas de aborígenes pardos que pelean por aclararse los cabellos mientras buscan empecinados lianas de buñuelos que llevarse a la boca para romper el ayuno. Churros, porras, tejeringos, tostadas, rosquillas tontas y listas. birbam se va desperezando con el ruido de los coches en las grandes avenidas, con los gritos infantiles en sus calles medievales, con olores que abren boca y viejos pasodobles que suenan en la radio. birbam respira sin esfuerzo, sana, o al menos eso cree, así se siente, fuerte, joven, desconociendo que un cáncer le lleva corroyendo las entrañas desde hace mucho, mucho tiempo.
birbam está como ausente hasta la hora del vermú, momento en que los devotos acuden a las parroquias de cada esquina a empaparse el vientre con cerveza. Después descansa, no hay espacio para trabajar o aparentarlo y generalmente un bostezo es un abrazo caluroso y tres millones de besos desperdiciados por el suelo. Las tardes viajan en tranvías enterrados por el alquitrán de las playas soñadas cada Agosto. birbam tiene una playa en cada azotea pero lo desconoce, prefiere quejarse a abrir los ojos y verse a sí misma atardecer desde el cachito egipcio que esconde. Porque birbam no es sólo el pichismo imperante de barquillos, no te creas, birbam es tierra de todo el que llega, de todo el que estuvo una vez y se marchó, de todo aquél que no imaginó siquiera pisar la huerta que en tiempos hubo.
Y cuando llega la noche se viste de filipina, y vacila con su mantón a quien la mira, y se para a conversar con los organilleros muertos de su gran vía, y se constipa y estornuda la muy casquivana, e inventa historias de sí misma y las graba en un cassette. birbam sueña toda la noche que no duerme, que no acaban nunca los días, que no termina nunca de sonar al revés la cara B del aquél disco de Agustín Lara.
Abur.
domingo, 10 de mayo de 2009
En el inicio
e ilícitos tobillos desnudos de follaje.
Escalamos el monte de desconocida cumbre
y allí retrocedimos, cobardes y cansados. Entonces quedé solo,
y custodié sin tormento su aspecto en la retina.
Entonces fue que soñé que aquella era mi tierra
y le canté a las praderas de savia fingida,
a mares de uralita y bosques de carbón.
Le canté a las veletas fandangos otoñales,
rezé por las llanuras de raices yermas.
Me aconsejé a mí mismo, a nadie más atiendo,
a nadie más escucho si nadie más soy yo.
En el inicio adquirimos doctrinas celestiales,
imágenes sin nombre, volátiles recuerdos.
Nos encontramos sumisos, adiestrados cual tormenta
manejada por dominantes dioses domadores.
Y el canto se extinguió. Yacía inmóvil,
estancado en membranas omitidas de la tierra,
del polvo, de la arena, de las piedras.
Piedras beatificadas y misericordiosas
piedras en el vientre enlazadas con argollas.
Nunca violé aquél monte púber de los parques,
nunca trabajé la tierra desquiciada de arrobas,
nunca, repito, nunca me empapé.
viernes, 8 de mayo de 2009
Mi amigo Cataratas
Yo que no soy de los que se meten en los asuntos de los demás, que no suelo preguntar ¿cómo estás? por miedo a que me lo cuenten y terminen de amargarme el bonito día que por fin acaba, me vi en esta ocasión obligado. Estoy hecho mierda, amigo. Ya no confío en la raza humana. Empezó. Y mucho menos confío en los españoles de más de cuarenta años. Lo cual me resultó comprensible. Me avergüenzan, me dan vergüenza. Se venden... No nos vale con vender cosas, ahora las ideas se venden, las palabras se venden... ¡la mierda se vende! Exclamó. Pero es que además se compra, el noventa por ciento de nuestras relaciones se deben al interés, a agasajarnos con regalos o con palabras, a corrompernos las infancias, a maltratar nuestra inteligencia. Nos tomamos por tontos los unos a los otros, nos lanzamos piedras, nos criticamos por nuestras ropas, nos arañamos, nos pisamos, nos quitamos los asientos en el bus... Y siguió despotricando incoherencias bajando el tono de su voz paulatinamente.
Dejé de prestarle atenión por unos minutos, hasta que le oí farfullar al cuello de su camiseta Esos políticos, esos políticos que dejaron de soñar, esos que no nos dejan soñar. Pero Cata ¿de qué hablas? Eructé. Sus divagaciones llegaron a un punto que por incomprensibles llamaron aún más mi atención.
Mira, Boabdil, hace años, una tarde de verano, me encontré a cierto político socialista que me miró realmente mal. Yo iba vestido... bueno tú ya sabes cómo vestía yo hace años. Cataratas tuvo una adolescencia algo complicada aunque muy divertida, estuvo casi dos años viviendo en una Okupa, aunque él prefiere contar que fueron cinco. Solía encontrarme con él en Malasaña, en la plaza de San Ildefonso cuando estaba poblada de árboles y orines, agarrado a una flauta que maltocaba, con cresta y cara de niño pera, con su horrible y pulgosa perra Metadona. Entonces se oía entre los habituales del Grial que mi amigo se había comido una rata por treintamil pesetas. Contaban que un yuppie repeinado con ricitos en el cogote se bajó un día de un taxi y por el mero hecho de reirse del costroso chaval que aporreaba a destiempo un cubo de basura cantando un villancico en Semana Santa le ofreció las treintamil pesetas por cazar, despellejar, cocinar y comerse una apestosa rata. Una leyenda absurda que Cataratas desmintió una y mil veces en aquellos ambientes. Sin embargo entre nosotros, sus amigos del colegio, se le quedó el mote. Llevaba esa camiseta negra con cuatro caras del Che, no sé si la recuerdas, y estaba cruzando una calle, no recuerdo cuál pero era una muy ancha. Todavía no iba con cresta, creo que debía tener unos catorce o quince años y la cara llena de granos. El caso es que este tío, este politicucho, cruzaba con su nada modesto coche la misma calle que yo, ralentizó su velocidad para mirarme bien la camiseta y después la cara. No olvidaré nunca su cara de desprecio, sus ojos azules clavados en mí, su gesto torcido de desaprovación. Esa cara de imbécil se moría por recibir un guantazo.
Pero Cata, no entiendo, ¿cuál es el problema? Le pregunté. En ocasiones conviene no entretenerse mucho con las palabras. ¿Cómo que cuál es el problema? ¡No lo entiendes! ¡Esos hombres! Esos que dicen que lucharon contra el dictador, que de jóvenes pensaban que el mundo se podía cambiar, están ahora bien sentados en sus poltronas, bebiendo el ron que antes no se podían permitir, fumando habanos, y traicionando desde el primer momento que ponen los pies en el suelo cada mañana aquello que dicen que fueron. Y lo peor de todo es que nos miran por encima del hombro a quienes aún creemos en lo que ellos creyeron, como si la lucha se acabase con ellos, como si nosotros no tuviesemos derecho a soñar. ¡Joder, Boa! ¿Me entiendes ahora? Me avergüenzan, me dan vergüenza.
Apuré el final de ese botellín, asentí, dejé unas cuantas monedas sobre la barra del bar, y me marché. Caminé hasta la esquina más próxima, dí media vuelta y desanduve mis pasos, volví a entrar al bar y dije ¿Sabes, Cataratas? El hermano de mi abuelo le rompió la cabeza a un diputado de la República en el Parque de París meses antes de que empezase la guerra. Eso sí que es vergonzoso.
jueves, 23 de abril de 2009
23 de Abril.
Hoy no, pero otro día te voy a hablar de mis amigos, de los que me apetezca, de los que me den razones, o de los que me dejen. Hoy no, mejor otro día. Hoy tengo que llorarle a William y a Miguel, y perseguir a Max Estrella por las calles de este Madrid.
Abur.
miércoles, 22 de abril de 2009
Con estos bueyes hay que arar.
Las cosas nunca vienen dadas porque sí. Al menos eso es lo que me ha dado por pensar últimamente. Reconozco que es un idea cercana al adoctrinamiento católico que recibí siendo niño, aun con matices. Cualquiera diría que soy hijo del franquismo (en cierta manera todos lo somos) y no del milagro democrático español. Era mi escuela un colegio católico, de un catolicismo leve pero trasnochado, mi amigo Boabdil se entretenía pintando en las mesas medias lunas y era castigado por proselitismo a pasar las tardes con una tierna monja, pasaban las horas mirándose a la cara contando mentiras. Boabdil las improvisaba. La hermana se las sabía de memoria. En ninguna de aquellas tardes se le explicó a mi amigo qué mal, además de destrozar el mobiliario del aula, cometía al pintar a Catalina sonriendo a una estrella que le cuelga del flequillo, o qué significaba esa maldita palabra que le estuvo persiguiendo durante algún tiempo. A Boabdil le persiguen las palabras y se enfada con ellas o con quien no las tiene en su vocabulario. Como cuando se enfadó con sus padres porque no le habían explicado nunca qué era una plañidera. Boabdil, por supuesto, nunca creyó en dioses ni reyes, y jamás se hizo mahometano, el mote le vino por herencia. Simplemente le gustaba molestar y proclamar una nueva invasión árabe necesaria, y así más tarde comenzó a pintar las paredes de las facultades de ciencias de ciertas ciudades universitarias con lemas incendiarios contra las teorías evolucionistas de Darwin. Por incordiar, lo solía hacer todo por incordiar. Del mismo modo que ahora no ha redactado ni una mísera línea que compartir. Por fastidiar, simplemente.
La vida no ha sido con él ni justa ni injusta, sino que pasa sin prestarle demasiada atención.
Decía que las cosas nunca vienen dadas porque sí. Mi experiencia en la Argentina fue muy positiva, pero no fue un cielo despejado en el que ver el horizonte esplendoroso que suelen cantar canciones de regímenes absolutistas del siglo XX, más bien fue un largo nubarrón con determinados claros. Dulces, carnosos y sabrosos claros que me consolé en pensar que vinieron porque antes lo pasé mal. Sin embargo aún paladeo con gusto las mieles aquellas y olvido los malos ratos.
Tengo un amigo que ya no tiene edad para tener granos en la cara, sin embargo cada vez que llega la primavera le sale el mismo jodido grano en la mejilla derecha, a unos dos o tres centímetros bajo el ojo. No puedes imaginar lo mucho que estas apariciones le perturban cada primero de abril. En tiempos se escondía en casa y no nos dejaba ir a visitarle. Hoy lo lleva mucho mejor, ya ha madurado, o al menos eso cree, y mira para otro lado cuando alguien le recuerda la omnipresencia de esa espinilla eterna. Luego corre al espejo más cercano a mirarse nervioso de reojo, como con miedo, y se dice con la boca pequeña: si estás ahí es porque aún soy joven. Mientras tanto se le va cayendo el pelo en la coronilla, pero eso ya no le importa, alguna chica le dijo un día que los calvos eran muy atractivos. No hay mal que por bien no venga, no hay mal que por bien no venga, se repite como si fuera el conejo de Alicia a través del espejo con distinto parlamento.
La vida viene mal dada, ya está, no hay más. Vendrán días mejores, no me cabe la menor duda. Y mi amigo no tendrá ese estúpido grano, e incluso lo recordará con cariño, y se mirará al espejo y se dirá alguna vez: Yo no sería el mismo de no haber tenido ese grano. Aquél grano me ha hecho más fuerte, soy lo que fue el grano aquél. Aunque también llorará por la maldita espinilla y tratará de olvidarla, no nos engañemos. Y es que como dice una amiga de mi abuela: Con estos bueyes hay que arar. No queda otra. No vale echarse a un lado y llorar, la vida es para los valientes, para los que no se rinden, para los que no se acongojan, es hora de dar batalla, hoy más que nunca.
domingo, 19 de abril de 2009
¿Y por qué el coso?
Entonces estaba yo en Buenos Aires, con algunos complejos de gallego por pulir, con los ojos bien abiertos y las manos en los bolsillos, y caminando poco por la city porteña, viajando en Subte sólo por el día. Buscando a Valdano. Sí, buscaba a Valdano, no al ex jugador y ex entrenador de fútbol, no al verborréico pseudo-filósofo en persona. Buscaba esa esencia que no me costó encontrar con ciertas dificutades. Era fácil encontrar a un argento que dijese con dieciseis palabras lo que yo decía con cuatro, era realmente sencillo, tanto como patear un adoquín levantado en cualquier vereda porteña para que saliese un pibe que se cagaba en la concha de la madre del torpe tropezador para terminar con un Che, ashudáme, asercame el coso ese. ¿Qué coso? ¿Qué era eso del coso? Resultaba aún más fácil ser convidado a tomar mate y facturas cualquier tarde, resultaba más fácil y más gratificante la gentileza argentina y, que señalando un cuchillo o un jarrón lejano se te inquiriera: ¿viste ese coso? ¿y ese otro coso? ¿y este? Sí, es bonito el ratón de tu ordenador. ¿Ratón? ¿ordenador? Estos gashegos cambiándole el nombre a todo. Pará un cachito, ¿yo le cambio el nombre a todo? ¿y vos? que le llamas a todo coso? Y la discusión se cerraba con las carcajadas comunes. Antes de llegar a Baires, tenía una imagen de los argentinos como si todos ellos hubiesen nacido con un diccionario bajo el brazo, (Tuviste un niño. ¡Qué bueno, doctor! Decíme que trae un diccionario de María Moliner, que el mayor vino con uno de Ramoncín). Creía que en los hospitales se repartían licencias para explotar toda la incontinencia verbal. Es cierto que hasta el más torpe domina un léxico verdaderamente amplio, es cierto si tienen más de cuarenta años. Pero también es cierto que una gran parte de la población llama coso a todo lo que tenga delante de sus narices, costumbre que según me han contado más adelante es propia de gallegos, pero de gallegos de Galicia. Así que qué menos que rebautizarme como El Coso, parecía y parece lo lógico, lo más natural. Me mudé al Abasto, al Centro Argentino de Teatro Ciego, donde planteé estas estúpidas diatribas y nos rebautizamos como El Coso del Abasto, como si fuese un título nobiliario de una nobleza aún por inventar, descatalogada y vilipendiada por los libros de Historia, inconscientes de la semilla que estábamos plantando. A mí me valía con ser el Cosito del Abasto, no en vano en mi casa, con mis hermanos, nos llamábamos unos a otros cosito por burlarnos unos de otros, por lo ridículo de un término que creíamos posible pero no probable, ya que las cosas, o una cosa, tenían y tienen un género, el femenino, difícilmente mutable. Así me rebauticé en mi llegada a la vieja Europa como el Coso de Chamberí, ya no estaba (aunque quisiera) en el Abasto, en aquella gran casa de Yanyoré (Jean Jaures), mirando al cielo y a las villitas a un mismo tiempo, agarrando por los cuernos al toro de la vida en el coso que fue para mí la capital argentina.
Desde lo más profundo de mi corazón ¡Aguante Argentina!
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua española:
coso1.
(Del lat. cursus, carrera).
1. m. Plaza, sitio o lugar cercado, donde se corren y lidian toros y se celebran otras fiestas públicas.
2. m. Calle principal en algunas poblaciones. El coso de Zaragoza.
3. m. ant. Curso, carrera, corriente.
coso2.
(Del lat. cossus).
1. m. carcoma (insecto coleóptero).