viernes, 28 de octubre de 2011

En días como hoy

En días como hoy rumio cada bocado y descubro que la segunda vez sabe siempre peor que la primera. Definitivamente no hay beso como el primero: tímido y torpe; y al mismo tiempo emocionante.  
¿Cómo voy a saber qué te gusta a tí si no sé qué quiero yo?

En días como hoy, en los que ni es doce de octubre ni nos equivocamos deliberadamente con las lecciones de historia mal aprendidas en la escuela, me estallan las glándulas lagrimales por lo que pudo ser y no fue, pero, ante todo, explotan por lo que fue y dejó de ser.  
Lamentablemente.

En días como hoy, camino de espaldas buscando la razón primera de mi existencia, más allá de un encuentro entre sábanas de dos que eran jóvenes y soñadores hace ya más de treinta años. Dos que dijeron que se querían tanto que lo que no querían era cumplir con cierto sacramento.
Aunque después cumplieran.

Digo que en estos días, en los que cada vez me siento más cerca del sueño infantil de la mendicidad, en los que me escondo bajo mi parka y dejo que la lluvia inunde mi tonsura incipiente, trato, sin fortuna, reinventarme. Y me quiebro en dos de un tajo que solo la vida asesta tan violento, y me rompo en pedazos como solo los perros destrozan las tareas del colegio, y me descompongo como solo cierto licor de dátil me arrasa el intestino y precipita toda la flora que ¡falso, falso, cien veces falso! un yogur adosó a sus paredes.

En días como hoy, en los que miro por la ventana como mujer de otro siglo, te estoy extrañando, Latinoamérica. Y aunque tengo muy claro por qué, soy incapaz de verbalizarlo sino es así, de esta manera anárquica que tengo de escribir, como pinceladas vírgenes y huérfanas en un lienzo en blanco que jamás podré completar.

domingo, 16 de octubre de 2011

Express Marrakesh

No hace mucho tiempo que visité el país adoptivo de Boabdil. En realidad no es su país adoptivo, nadie le ha acogido allí, pero él lo siente como suyo. Es uno de esos extraños asuntos que mi amigo el moro lleva con soberana tranquilidad y normalidad; así, por ejemplo, el bueno de Boa considera que Granada es su patria chica pese a que sólo ha visitado la ciudad del Darro en dos ocasiones. Suficientes dice él para saber que soy hijo directo del desdichado Boabdil. Y en su paranoia blasfema y maldice el caprichoso destino de tener en su pasaporte el hispano escudo y no el emblema del reino alauí.

Boabdil, a causa de su neura fantasiosa y quizá cierta adicción, visita eventualmente el país vecino; parece una broma pero no falto a la verdad si digo que es el único sello que figura en su despreciado pasaporte. Y para más inri, Boa no tiene intención alguna de visitar otro país, por muy occidental o muy árabe que este sea. La vida nace en el Mediterráneo dice podría conocer Italia o Portugal, o quizá la lejana Grecia, podría visitar el sur de Francia, o las nuevas repúblicas balcánicas, pero no creo que me enseñen nada que no haya visto aquí, en mi barrio, en mi ciudad, en mi región o en mi patria. Podría visitar Argelia, Túnez, quizá Egipto y sus pirámides, o el muro de las lamentaciones de Jerusalem, pero creo firmemente que no serán mejores o más bonitos que en las fotos que todos los turistas hacen y se mueren por enseñar. ¡Yo fui tantas veces a Marruecos...! Jamás tiré una foto, aproveché el momento, disfruté del momento... lo guardé en mi cerebro, eso es viajar. Me niego a coleccionar sellos en el puto salvoconducto como si el mero hecho de que un uniformado me pintarrajee el librito me haga más guay, más culto, o mejor persona.

Así como Boabdil visitó el magreb en múltiples ocasiones, esos días fueron mi primera experiencia allí, y ahora que ha pasado ya suficiente tiempo como para valorar lo que ví, lo que viví o lo que sentí no pienso hacerlo. Me lo guardo para mí. Me lo guardo porque muchos antes que yo fueron a Marruecos, y muchos de aquellos que fueron me contaron con todo tipo de señales qué vieron, qué vivieron y qué sintieron. Escuché historias asombrosas e inquietantes sobre cómo era la vida en un lugar tan cercano geográficamente y tan lejano en espíritu y mentalidad. Cuidado con la policía me dijeron no te vas a librar de un control policial en el que te pidan dinero inventándose que ibas a 140 km/h por tal o cual carretera. Cuidado con los extraños, no te fíes, lo único que quieren es robarte. Cuidado con la comida, no comas ensaladas ni nada que no esté bien cocinado. No bebas agua que no esté embotellada. No hables en francés si no eres francés. ¡Me dijeron tantas cosas! Nos decímos tantas cosas que ¡claro! al final uno cruza el estrecho con mil ojos para comprobar que la experiencia de uno es la única experiencia válida.

¿Y tu experiencia fue? Me pregunta Boabdil que mira por encima de mi hombro la pantalla del portátil en que escribo hoy. Express Marrakesh respondo, y entiende a la primera a qué me refiero. Porque con dos palabras le estoy diciendo a mi amigo que miré las estrellas en la oscuridad del desierto con miedo a peerme, que pasé 10 horas en un coche con la absurda idea de que mis amigos me iban a dejar tirado en medio del Atlas, deshidratado, con toda la ropa cagada, acobardado y semiinconsciente si me volvía a hacer de vientre. Le estoy diciendo que pasé unas horas una noche en la jaima de un bereber mofletudo que me quería vender hasta los bigotes de su hermano o, por lo menos, intercambiarlos por medicinas, bebiendo grappa de dátil, comiendo dátiles y bebiendo té. Le estoy diciendo que probé múltiples medicamentos españoles y oriundos que no hicieron ningún efecto, y que finalmente desesperadamente añado probé el remedio casero que todos recomendaban: Coca Cola y leche condensada. Le estoy diciendo que por muy avisado que estuviera era necesario que sufriese aquella horrible gastritis, el posterior tapón y las actuales pruebas médicas que dictaminarán si tengo algún virus porculero en mi ya de por sí maltrecho aparato digestivo. Le estoy diciendo que mi experiencia es única, que es sólo mía aunque muchos la viviesen antes, y que por tanto es inútil para el siguiente que pregunte; que viajar en páginas de papel o sitios web está bien, pero que es mejor oler la mierda que cagamos porque nos hace más fuertes, más cultos, más arrogantes, más estúpidos, más lo que sea que estés buscando ser. Que no es lo mismo escuchar una canción de Crosby, Stills, Nash and Young que vivirla.