domingo, 25 de abril de 2010

Vicky

No era algo que sucediese con mucha asiduidad. Lo reconozco. Pero en determinadas ocasiones ocurría. Y entonces a todos nos parecía que estuviésemos o viviendo en un sueño o muriendo lentamente, embaucados por una dulce agonía empalagosamente diseñada para unos críos que se colocaban con el helio de los globos. Para ser exactos fue en tres ocasiones que alguna de las niñas de clase se dignó a acercarse al descampado donde nos juntábamos a imaginarnos peligrosísimos macarras, mafiosos ítaloamericanos que habíamos visto en el viejo cine del barrio de la mano de nuestros abuelos, cansados de jugar al fútbol, derrotados, hundidos, sumidos en un sudor pegajoso. Tal era la confianza que le teníamos a los poderes curativos de ciertos refrescos con gas que solíamos empaparnos con ellos las cabezas Mi pae ma dicho que el agua de aquí no zepué de beber dijo muy convincente Andrés Herrera.
Tres, fueron tres, las niñas que se atrevieron a acercarse cuando éramos niños todavía y los pelos no se atrevían a escapar por debajo de la camiseta. Aunque la mayoría de nosotros luciésemos blandurrios mostachos preadolescentes de tiernos pelos maleables haciéndole sombra a unas narices que no cesaban de crecer. Entonces nos peleábamos por ellas, y nos poníamos muy tontos, cantábamos, imitábamos a los cómicos de la tele, o nos marchábamos muy, muy lejos a darle patadas a un balón. Cada uno trataba de llamar la atención a su manera.
Mariví Soldevilla Peralta, Mejunja, fue una de ellas. Tenía unos ojos de un profundísimo color verde que guiñaba dos veces al unísono un segundo antes de empezar a hablar, aquel detalle provocaba que todos callásemos y prestásemos más atención que viendo el video que un día Sir Walter había encontrado entre las cosas de su hermano mayor en el que durante un segundo se le podía ver un pezón a Sabrina Salerno en el programa que despedía el año aquella nochevieja de 1987. Tenía Mejunja la piel canela y unos labios gruesos. Su boca estaba siempre abierta, bien porque reía o bien porque no paraba de hablar. Era la niña más lista de la clase pero no era la que más estudiaba, trataba de no resaltar nunca, le gustaba la clase de religión, pero no la de gimnasia donde solía llorar porque había que saltar el potro y era incapaz. Y es que Mejunja era paticorta.
Hasta que ella se acercó al descampado no entendíamos porque las niñas no jugaban al fútbol como nosotros, porque no les divertía tirarse piedras o huevos, liarse a palazos entre ellas, escalar un muro, hurgarse el sexo en público por debajo del pantalón. Tal era la sabiduría de esta niña, hablaba de tal manera sobre asuntos que en nuestras pueriles mentes no tenían cabida, que uno de nosotros un día no pudo reprimir abrir su corazón y declararle el arrollador amor que sentía. Craso error, ya que a partir de aquél día Mejunja no volvió a aparecer por allí, seguía yendo al colegio pero no volvió a hablar con él jamás. Seguía manteniendo una relación normal con el coso, con Afano y con Andrés, incluso hablaba conmigo aunque fuese sólo para pedirme prestada la goma de borrar. Al poco Mejunja dejó de ser Mejunja y empezó a ir con niños más mayores, a ir de paseo en la moto de los macarras profesionales del barrio, a fumar, a hacer pellas, y así lentamente fue desapareciendo. Afano decía que la había visto en tal o cual lugar, y que al menos una vez al mes se acercaba a verle al bar de su padre y a tratar de que le invitase a un cerveza.
El romeo en cuestión era Irineo. Yo no quiero tirar balones fuera, no quiero decir que ella fuera la culpable del cambio de actitud del bueno de Iri, todos tenemos parte de culpa, pero me consta que él tardó mucho tiempo en olvidarla.
El otro día Andrés volvió de la boda de Irineo con la memoria de la cámara fotográfica cargadita de fotos de todas las mujeres guapas que nos habíamos perdido por cruzarnos de calle cuando éramos niños y nos encontrábamos con Iri. Tuve que ver todas y cada una de las fotos mal enfocadas de aquellas muchachas. Pero bueno Andrés ¿es que no tienes ni una foto de los novios? Le pregunté. Claro que zí, tranquilo, ejque ejtán al prinsipio y he empezau po el final. ¡Joé, cómo eres! Me eructó. En las primeras no se les podía ver bien, fotografías borrosas o apuntando a los tobillos, arte lo llamaba Andrés. Y de repente allí estaba la feliz pareja. Iri está ahora algo más calvo que la última vez que le ví, pero mantiene un porte elegante y no dudo que muchas mujeres le definan como un hombre atractivo. Ella es una preciosa mujer morena con unos inmensos ojos verdes ¡Ella es ella! Espeté. Zí, eh Mejunja otra veh, pero... ahora prefiere que la llamen Vicky.

viernes, 23 de abril de 2010

16.

Tengo las manos tan secas que hasta las huellas se están borrando.

martes, 20 de abril de 2010

charlando frente al espejo de Alicia

El pasado 14 de abril, además de cumplirse el 79 aniversario de la proclamación de la II República Española, se cumplió un año de mi primera entrada, habla el coso, en este proyecto que con mi amigo Boabdil decidimos llamar el coso bipolar. Para celebrarlo nos decidimos por chatear, con ausencia de buen vino, en una de esas redes sociales cuyo nombre recuerdo pero que más nos valdría olvidar, a todos. Decidimos que la fecha de publicación se alargaría hasta el 20 de abril, cumpliéndose veinte años de la carta-canción de Celtas Cortos que tantas veces cantamos y silbamos por las calles de birbam en nuestra adolescencia.

He copiado en cursiva sus palabras y he dejado rectas las mías por el simple hecho de que yo soy el encargado de transcribir aquella conversación sin intención literaria. El texto ha sido manipulado descaradamente, y se han eliminado ciertas anotaciones que destapaban velos necesarios. Todo de mutuo acuerdo. Ni está todo lo se dijo ni todo lo que se dijo puede estar:

Me gustan las palabras, me excitan, me inspiran confianza hasta los insultos, reniego de halagos y palmaditas en la espalda. Me emociono cuando el sol se esconde entre las nubes y espero atento a que vuelva a surgir como un inocente cucú tras. Me revientan las salas de espera y el olor a cerrado del interior de los coches. Aborrezco todo medio de transporte que no sea el tren o el barco, por románticos. Auténticos caballos de acero humeantes ¡qué carajo! Me excito con la máquina de vapor.

Pues yo prefiero el polvo del desierto violándome los ojos. Me gusta pasear por las noches por las estrechas calles de birbam, pararme en una esquina a mirar a la luna chorreando sudor sobre los tejados, encontrarme en lugares insospechados a mis amigos, los bares con palillos y servilletas en el suelo... Me intrigan las espaldas y las corvas femeninas, me dejo acariciar desde lo lejos, con soplos violentos en el cogote. Me pirro por los puntos suspensivos.

A mí también me gustan esos bares, Boabdil, añoro los aperitivos callejeros, las calles en cuesta de birbam, añoro birbam... y Buenos Aires, por supuesto. 

Pero yo lo que quiero son veranos de franela entre sus pechos, quiero atardeceres ausentes de poliuretano, quiero porra antequerana y boquerones fritos cada día, mezclar la samba y la música celta, despertar sin darme cuenta, y dormirme como quien apaga un televisor. Pero daria la vida por...

No, Boa, no la darías, te la robarán un día.

¿Y quién sabe? Si lo que yo de verdad quiero cabe en un zapato, me vale con un grano de arena para tener la playa, con un pellizco de sal para tener el mar. Mi vida se desvanece en cada palabra que escribo.

Yo, sin embargo, pierdo fuelle cada vez que hablo. Me inquietan las ideas de los demás, sobre todo las que no comparto. Me cabrea sentir que quien habla debería callar y que los más sabios no dicen nada, que esperan su turno sin molestar, que aprenden sin enseñar.

¡Ja, ja! A veces sí que coincidimos. Me molesta que te calles, que decidieses callar un día, que le pongas muros a tu cuerpo, que te indignes, te cabrees, te irrites y luego calles otra vez... ¡Qué nada se arregla si no se habla! ¡Qué hay que romper las reglas para ser más libres! Escribirlas primero, que queden bonitas y después... desgarrarlas con los dientes y destrozarlas en el estómago.

Pero, a veces, las reglas son necesarias. Tenía sentido no identificarnos. He entendido, con el tiempo y unas cuantas charlas, que quién se equivocó aquí fuí yo... sí, lo repito, fuí yo quien reveló mi nombre. Pero ya fue, boludo, no da. A mí tampoco me gustan cosas de ti, y me las callo.

Ese es el problema.

Está bien, hincha pelotas, me irrita que no termines lo que empiezas, que abandones tus cosas desperdigadas por el suelo, que no encolerices por nada, que seas un frío témpano adormecido, que te pegues cabezadas contra la pared en la soledad de tu habitación. Que hables de los demás y nunca de ti. Tu obsesión por la salsa de tomate. Tu vagueza, tu mentón elevado, tu mirada perdida.

Bueno ¿qué? ¿Te sientes mejor?

Pues sí, pero espera, envidio las nubes en tu cabeza, las realidades que escondes en tus bolsillos, que no le tengas miedo a los relojes de arena, que sonrías porque sí y que vagues por birbam por la noche con cara de pena cuando rascándote la piel no se encuentra un mísero atisbo de ella.

Oye, a mí me desagrada que rimes sin quererlo, que no digas adiós, y que me des un abrazo al saludar.

El frío siempre tiene solución.

Pues a mí que me den tres mantas. Ya sabes que me cuesta olvidar lo malo, que el frío se me cuela en los huesos en verano y que nunca pierdo mi bufanda. En fin que me quedo sin saber a dónde vamos, que un año no es nada y apenas pica en las consciencias, que te mojes como el otro día alguna vez, ya sabes que a mí esos temas me resbalan y que si quieres podemos reelaborar las reglas que redactamos.

Sí, quizá deberíamos incluso publicarla.

Eso lo dejo en tu mano, coso, tú mandas. No te parece que a veces estamos los dos sentados frente a un espejo, que nos miramos, nos tocamos con cuidado, nos investigamos, nos reimos las gracias pero que no nos fiamos.

Absolutamente. Es como ser Alicia. Un par de Alicias timoratas y desconfiadas, ninguno de los dos atravesariamos el espejo. No hay huevos.

En fín, esto nos llevaría a una conversación más larga, sin nocturnidad, mucho más elaborada y qué quieres que te diga yo para eso no estoy hoy. Pues eso, que te mando un abrazo, que espero verte pronto, que los suelos de palillos y servilletas extrañan las pisadas de tus botas.

Amigo, te mando un abrazo estrangulador. Nos vemos pronto. Take care.

martes, 13 de abril de 2010

perdónenme, si quieren

Perdónenme, si les place, si gustan, si quieren perdonar algo que considero imperdonable, básicamente porque creo que no hay qué perdonar. Pero quiero pedir perdón porque en casi un año ni mi amigo Boabdil ni yo hemos vertido en este blog (había escrito humilde blog, pero no hay nada menos humilde que decir cosas del estilo de en mi humilde opinión, bla bla bla) una maldita entrada que tratase de lejos o de cerca algún tema político. Pero es que hoy estoy ciertamente molesto, con una hinchazón entre las piernas, un eccema que se figura como la piel de toro. Sí, me duele España, pero yo tengo localizado el dolor.

Pido perdón, esta vez con razones para pedirlo, al que crea que voy a esbozar alguna solución. No estoy en posición de dar lecciones sobre nada a nadie, no soy más que un ciudadano que lee los periódicos Sabina dixit. Y es que leo últimamente en los periódicos nacionales algunas noticias que no me dejan conciliar el sueño, ciertas notas que hacen crecer en mi la idea de que nací, me crié y he seguido creciendo en un país enfermo, con gran parte de la sociedad regocijándose en un rencor heredado ya no por sus padres sino por sus abuelos. Me explicaré ya que cualquier lector podría caer en el error de pensar que hablo del bando equivocado: No es santo de mi devoción ese juez estrella que barre el polvo en todos los rincones. Nunca me cayó bien por aquello de que quisiera pasarse a la política, siempre creí que los miembros del tercer poder deberían mantenerse al margen, ahora sé que es imposible. Sin embargo, dejando animadversiones a un lado, durante estos últimos años he jaleado sus intervenciones contra los delitos de los fascistas chilenos y argentinos mientras de entre mis dientes brotaban palabras como No tendrá éste bemoles de mover la tierra ibérica. Pero lo ha hecho, o ha tratado de hacerlo. Y qué quieres, yo estoy encantado.

Lo que no me gusta ni un poquito es que hayan parado el proceso, y que además sea por medio de una panda de trasnochados que no saben juntar letras y que son declaradamente antidemócratas, un movimiento repugnante que si bien tiene cabida (y debe tenerla, en eso consiste precisamente el juego democrático, participan hasta los que hacen trampas, y por eso mismo la izquierda abertzale no debería ser ilegal (si tenemos en cuenta las razones por las que es ilegal y las extrapolamos al partido que promovió aquella ley de partidos absolutamente antidemocrática ya se nos caen del todo los palos del sombrajo, pero creo que me voy a callar, que me estoy metiendo en camisas de once varas) no debería tener lugar en un país con una sociedad que se presupone madura. Y aquí está el problema, que se nos ha olvidado que hace treinta y pocos años éramos un país sumido en una cruenta dictadura (un país pobre también, pero ya se sabe lo pijos, cursis y paletos que somos los nuevos ricos), que nuestra democracia se está haciendo cada día, y que día tras día caminamos o tratamos de andar hacia una mayor justicia social en la que no debemos olvidar nuestro pasado (es impepinable), sea cual sea este, vergonzoso o glorioso como creen algunos. Es lo que fuimos y lo que somos, y en base a esto debemos rendir cuentas como país, como sociedad, como individuos. ¡Pero qué cuentas vamos a rendir cuando estamos todos apollardados y no hay dios que baje al río a mojarse el culo con el lío económico en el que nos han metido en estos treinta años de crecimiento! ¡No alzamos la voz ni cuando nos tocan el bolsillo! Observo ese dolor ibérico desde fuera y nos veo (me incluyo, yo soy parte de este dolor) como el joven de provincia que llega a la capital a estudiar con un hatillo lleno de miedos, paradito en la calle Mayor con la mirada perdida en los tejados. Una legión de catetos esperando líderes difusos. Seguimos sin superar los problemas novecentistas, seguimos creyendo que el esqueleto del imperio resurgirá de sus cenizas, no nos hemos quitado las camisas, no nos hemos sacudido el polvo todavía. Y es que, ustedes me van a perdonar, estoy hasta el ojete de oír decir lo ejemplar que fue nuestra transición, no hay nadie en sus cabales que siga creyéndoselo a no ser que tenga algo que esconder o fuese partícipe de aquellos momentos. La transición, señores míos, sigue avanzando y no se terminará hasta que los criminales, aquellos que bien firmaron la ley de amnistía, den con sus huesos en la cárcel. Lo del borbón lo voy a dejar a un lado, no sea que vengan a buscarme. Harto estoy, decía, de oír lo mal que lo están haciendo en otros países, el ejemplo que es España. Harto de ver cómo se nos hinchan los mofletes y narinas. Y sin embargo hay unos que tienen voz y voto que echan por tierra a quienes pretenden que de verdad sea ejemplar la transición que se sigue fraguando, porque una cosa es cambiar el sistema político y otra muy distinta es cambiar la sociedad, y lamentablemente han cambiado los perros pero los collares siguen siendo los mismos (ya sé que el refrán es al revés), aunque ahora no vistan verdescaqui uniformes militares, aunque ahora luzcan engominadas cabelleras con ricitos en el cogote y tengan tiempo de jugar al pádel o ir a las carreras de caballos, qué sé yo de lo que harán... y ni me importa. Lo que me importa es que estén ahí, manipulando la opinión, tratando de que olvidemos por las buenas o por la malas, tomándonos por tontos, apropiándose de la democracia y de la historia, apropiándose de la idea de España, derribando las buenas ideas, en fin, siendo como son.    

Vengo de una familia de aquellos que ganaron la maldita guerra, de los que sufrieron escondidos o en las checas durante tres años el asedio a la capital de la República. Mi abuelo terminó la guerra en Alicante, como prisionero, un día le abrieron la puerta de la jaula en la que estaba hacinado junto a más personajes de su calaña, creyó que los rojos le fusilarían antes de abandonar la cárcel, pero no pasó, a lo lejos oía a las tropas italianas que venían a liberarles mientras veía cómo su enemigo huía hacia el mar. Yo vengo de ahí, soy consciente de ello, pero mis ideas no. Mis padres y mis tíos me enseñaron a pensar. Me enseñaron también a escuchar a quien no pensaba como yo (casi nadie piensa exactamente como yo, siempre tendremos un momento para discutir ¡Menos mal!), me inculcaron valores que iban más allá de amasar dinero, rendir pleitesía o rezarle a un ser al que no he tenido el gusto de conocer. Me dejaron descubrir por mí mismo qué era aquello que pretendían enseñarme y, lo más importante, me dejaron elegir si me convenía o no.

Yo no pertenezco a tal o cual partido, no confío en ellos porque se repartieron el pastel y ya no quedan ni migajas.

Este dolor intercostal como golpe de un cayado o una azada, es la quijada del caín que se ha ido de rositas.

Gracias, de todo corazón, a quienes me enseñaron a pensar, nunca hice nada sólo. Soy quien fui, quien seré.

Todo mi apoyo al juez.

domingo, 11 de abril de 2010

ateardecer

el sol se está rompiendo detrás del bosque como una yema ovípara
se está desgarrando el sol contra las ramas de los árboles
y brotan tiznando con  pintas negras el cielo celta
bandadas de mirlos mortalmente desesperados
hay un hombre abajo con la piel teñida, con el ceño fruncido y mil leyendas
en un baúl de carne y sangre manando violentas desde el infierno
hay un hombre allí abajo que se pregunta si está muriendo de celos el sol
y lo observa arder desgranándose en píricas teas que inundan
el firmamento bermejo como aloque diluido en las cargadas nubes

nubes marcianas azafranadas
nubes de pimentón el hombre canta
y corre hacia el infinito buscando la gloria o el probable fracaso

nubes flotando en derredor de las ubres de la luna
nubes de magma huyendo del hombre que acuchilla el horizonte

el sol se desquebraja tras la sierra
pero no llora, no sangra

sábado, 10 de abril de 2010

15.

En Brighton hasta las casas van de la mano.

jueves, 8 de abril de 2010

unas palabras sobre Burt Hunnigan

Burt Hunnigan no es su verdadero nombre. En realidad se llama Jonhatan Carrick, pero su nombre es un dato inútil con el que empezar a hablar de él. Vive en Leeds, cerca de Great Wilson Street, en Waterfront, y se acerca cada mañana al centro de la ciudad, husmea por Leeds City Kirkgate Markets bananas a treinta peniques, vinilos de Fleetwood Mac, carritos de bebé, aguacates de un verde radiactivo, películas de Travolta como Urban Cowboy, salchichas polacas o productos sudafricanos. Falsas chimeneas que funcionan con gas, periquitos, champú, sishas, papel de fumar, aceites que no son de oliva, fish and chips, té, hamburguesas de pollo y carne de dudosa procedencia. Matrimonios polaco-norteafricanos caminan de la mano. Acentos extranjeros como el suyo, como el mío.
Se acerca con sigilo por The Headrow entre las gentes, y aparca a Noodles en un árbol, que le ladra enfadado, cuando llega a la puerta de la Leeds Art Gallery entre los ancianos que juegan al ajedrez con figuras de medio metro y los adolescentes que hacen parkour. Entra con la intención de meter mano a los visitantes despistados que, como mi amigo Boabdil, juegan a ser intelectuales por un rato, de eso vive con la complicidad de los vigilantes de seguridad que sólo llaman a la policía cuando el bueno de Burt está en la calle, con el botín en el sobaco. Pero hay días en los que no encuentra nada que rascar y mira los cuadros recordándose el niño aquel que da sus primeros pasos corriendo y tropezando hacia los brazos de su padre, no se cuestiona qué hizo mal para verse así... en realidad lo hizo todo bien... entonces ya soñaba con ser vagabundo ¡joder! Y así, poco a poco, ha conocido cada una de las obras de arte del museo, Rodin, Charles Sims, Fank Dobson, Kenneth Clark, Lady Elizabeth Butler, Paula Rego o Jacob Kramer, e incluso, en ocasiones, va sólo de visita con la panza llena, pues sólo roba para comer, pero un día, al llegar al Raider´s Bread de Anthony Earnshaw rompió a llorar. 


De cómo (no) parecer perdido en un museo


Mi padre me lo dijo siempre. Siempre después de un capón. Y aunque el golpe no le quitara razón dolía menos que su voz rebotando en el martillo Pero qué burro eres jomío.

Ahora visito museos gratuitos, me disfrazo de intelectual y me pongo gafas, miro al suelo y me simulo despistado, me rasco el mentón más de la cuenta y me paro ante un cuadro con cara de sentir cada trazada como si el pincel se hubiese empapado en mis venas para parir la obra. En realidad no entiendo nada, es evidente.

Quien me conoce sabe que disfruto más revisando los garabatos de las puertas de los baños más sucios de birbam, o que incluso suelo perder más tiempo mirando de reojo las humedades de los techos en los museos. Al menos las humedades van creciendo.
A mí me parece emocionante.
(Mujer Llorando, Pablo Ruiz Picasso)

jueves, 1 de abril de 2010

14.

Pese a que se acercaba la Semana Santa el cielo de Leeds prefirió disfrazarse de Miércoles de Ceniza.