miércoles, 31 de marzo de 2010

13.

La historia de su vida se leía rápido, no había más que páginas en blanco.

martes, 30 de marzo de 2010

12.

Tras sus rasgados ojos se escondía una polaroid.

lunes, 29 de marzo de 2010

De cómo (no) establecer contacto con el otro género en un museo

Era una mujer bella, una bella mujer hermosamente embarazada. Él se acercó disimulando, parecía un buen hombre sonriente, y sin timidez le dijo Es maravilloso dar vida ¿No te parece? Tienes ya padre para ese bebé.
Ahora en la cara cinco dedos le sonrojan. Ella se ofendió, él no lo entiende, no vale para galán Era un piropo.

viernes, 12 de marzo de 2010

por fín estamos aquí

Acabo de hablar con un señor de setentaidos años y dos metros y cinco centímetros de estatura, o como él me ha dicho 6´7",  imposibilitado de un brazo, exmilitar y ex miembro del cuerpo civil, un goliat entrenado para la lucha antiterrorista, un hombre de una mentalidad abierta y  pluricultural desde el conservadurismo. Un rara avis para mis oídos de españolito empeñado en que las cosas son blancas y negras ¡Con lo maravilloso que puede llegar a ser un día gris! He dicho que acabo de hablar porque he hablado con él, creo que por primera vez desde que estoy entre ácaros he sido capaz de mantener una conversación larga, entender lo que me han comentado, respetar mi turno e incluso interrumpir en alguna ocasión no para requerir que se me repetiese alguna palabra que no habia entendido sino para matizar mi punto de vista sobre la opinión de otro, eso que tan bien hago en castellano.
Esta tarde estuve hablando con otro caballero inglés al cual pedí disculpas por no hablar su lengua correctamente, su cara cambió en ese momento y me inquirió que él no hablaba un buen inglés, y que... bueno que sí, que a veces no colocaba las palabras en el lugar adecuado pero que lo que decía era perfectamente comprensible.
Esta mañana estuve hablando con más gentlemen, nada serio, de pasada, que cómo está el tiempo, que cuánto tiempo estarás por aquí, que que es de la chica italiana que se marchó, que muéveme estas cajas, que dónde puedo encontrar tal herramienta. Y al final de la mañana me doy cuenta de que la he pasado entera con la bragueta bajada.
Parece una vaguedad, y lo sería para cualquiera, pero no para mí. Me explico, en mis primeros meses en Buenos Aires me llamó la atención que no había presencia de mi natural despiste, al parecer se había quedado envuelto en alguna nube en algún lugar del Atlántico. Hasta que un día bajé a abrir la puerta del portal a algún amigo que esperaba en la calle y cuando volví a la puerta de la casa no tenía las llaves. Busqué y rebusqué en todos los bolsillos pero nada, no estaban, las había olvidado en la puerta de la calle. Entonces llegó el despiste, cinco meses después de que yo arrivase a la capital argentina allí estaba mi amigo del alma, y los dos juntos comenzamos a ser felices, viviendo gran cantidad de bochornosas situaciones peores que aquella.
Y es que no me ha pasado sólo una vez en mi querida birbam, salir de casa, correr a la calle, correr por la calle, correr en la calle, comprar un refresco o una birra fresquita en los comercios antiguamente llamados Ultramarinos y en los días que corren Tiendasdelchino, entrar en el metro y sentarme en el primer asiento vacío que encuentro en el vagón y extrañarme con la cara de entre sorprendida o abochornada de una linda jovencita o una religiosa santiguándose o un canalla maloliente mirándome la entrepierna con el rabillo del ojo, sí, cosito, otra vez te has olvidado de cerrar la jaula.
Bienvenido amigo despiste, te había echado de menos, al fín llegaste, por fin estamos aquí.   

martes, 9 de marzo de 2010

Reinaldo Serra

Y de repente un estallido me despertó de un sueño plácido disfrazado de hadas volátiles y aguanieve. Me recosté con violencia buscando en la ventana la batalla y un golpe de metralla como un tornado de clavos le arrancó la vida a los chavos leales a Sorano, a sus últimos valientes. Aunque probablemente, sabiéndose olvidados y desvalidos, habrían pasado sus postreras horas rezándole hasta a los dioses que habrían abandonado vendiéndose al becerro de oro que prometía el cacique. Después fue el humo y gritos afeminados, y mi mano buscó instintivamente una sucia frazada en el suelo que mi memoria recordaba pero yo no, traté de taparme, de esconderme, de huir como los niños entre las sábanas si no lo veo no existe. Pero dos pares de brazos vinieron a rescatarme levantándome del piso con furia y me arrojaron al desierto mientras a mi espalda el viejo refugio ardía. Otra vez dos brazos me agarraron por el cuello y me lanzaron a los lomos de una yegua, aún moribundo pude ver mi sombra en la noche, el refugio flameaba como el astro rey, estallaba con virulencia la dinamita escondida en la bodega, y entre mi incontinente sudor y las feroces explosiones el miedo creció manchándome los pantalones con mis propias boñigas chorreando como cataratas de sangre por entre mis heridas nalgas.
Volví a perder el conocimiento, y con la luz del día y un cubo de agua sucia lleno de esputos y orines sobre mi cabeza, desperté. Cuando pude abrir los ojos y enfocar la figura que me tapaba el sol reconocí inmediatamente la cara sucia de Romeo Sauquillo. Temblé.
Tranquilo, mi cuate, no le vamos a hacer nada, no tiene porque temer, si usted era prisionero de Sorano ahora es mi amigo. Los enemigos de mis enemigos son amigos míos. Su tono conciliador y sus sosegadas palabras no me tranquilizaron en absoluto. Disculpe lo que le hicimos el otro día, gachupín, estábamos nerviosos, imagínese... un gringo no debería deambular solo por estas peligrosas tierras y mas si nos encontramos en esta guerra... ¿verdad que me entiende usted, mi cuate? Yo asentía sin saber muy bien por qué Imagínese, creimos que nos andaba persiguiendo, que ese hijo de mala madre le había enviado, pero ahora podemos confiar en usted, o eso al menos dice Reinaldo dijo señalando a un hombre de pequeña estatura que tardé en reconocer como el hombre que yació conmigo en el refugio la noche anterior, o la anterior, ya no sé. Me acercaron un plato metálico con algo de arroz, unas guindillas y una cantidad ridícula de frijoles que devoré con la premura de quien cree que no va a volver a comer, con el ansia de un bebe moribundo exprimiendo los ajados pechos de su madre.
Me sentía perdido, a estas horas Raúl Sorano debía ser carroña para los cuervos, y así como una maldición antropofágica empecé comiéndome los padrastros y seguí mordiéndome los brazos escuálidos, buscaba la muerte con angustia, con la codicia del que no se cansa de perder.
Tráiganme al gachupín oí gritar a Sauquillo, y se me acercó raudo el traidor que se tendió a mi lado en la guarida de Sorano Hola compa, mi nombre es Serra, Reinaldo Serra, fue un placer salvarle la vida. Muchas gracias contesté sin apenas sentir que mis labios se abrían y se proyectaba desde mis pulmones el aire suficiente para pronunciar esas palabras. Me volvió a levantar con aquellos poderosos brazos que sentí como si fueran los de dos hombres la primera vez, Serra tenía una fuerza desacorde con su minúsculo cuerpo. Cargó conmigo hasta la hoguera en la que se calentaba y descansaba el cacique que susurraba algo a varios de sus compinches, alzó la voz al dirigirse a Reinaldo Déjelo ahí mismo, con cuidado me miró Acá sólo vienen a sentarse los hombres de mi confianza, acomódose, por eso le mandé llamar, preste atención porque sólo se lo voy a decir una vez, preste atención porque su vida y la de todos nosotros depende de esta conversación. Pero tranquilo güey, relájase, le voy a contar el principio de esta historia.