domingo, 22 de mayo de 2011

Cataratas y el quince eme III

El jueves volví a ver a Cataratas. Fue tarde, alrededor de las 4 de la mañana. Me acerqué a Sol sin móvil, lo cual me dificultó encontrar a muchos amigos y conocidos que sabía que andarían por ahí. Pensándolo bien no andaban mucho, el tránsito por la plaza del kilómetro cero resultaba imposible dada la altísima afluencia de gente.
El jueves hubo muchísima más gente que el miércoles, y el miércoles más que el martes, aún no sabía que conforme irían pasando los días las visitas a Sol crecerían más y más. Quedé ojiplático al oír a un organizador decir por megafonía hoy somos demasiados, pero rápidamente se corrigió Compañeros, compañeras, nunca somos demasiados, simplemente estamos desbordados. Hoy somos muchos más que ayer.

La cuestión es que me encontré tarde al punki, iba deambulando por los alrededores de la bocacalle de Alcalá, más o menos a unos diez metros de donde reubicaron hace poco la estatua del oso y el madroño, cabizbajo y pateando latas de cerveza que luego recogía ¿Qué haces, tú? Saludé como saludamos los callejeros. ¡Coño, Boa! Pensaba que hoy no te iba a ver. Pues nada aquí, que me he juntado a la comisión de limpieza y ¡joder! Esto parece un puto botellón. Yo entiendo que te bebas un par de birras, o seis pero ¡hostias! venirte a hacer botellón con tu botella de güisqui, tu refresco, tus hielos y tu jodido jersey colgado en los hombros, aprovechando que hay una concentración, para irte a la puta discoteca de pijos de la calle Arenal... no me cabe en la cabeza. Mañana saldrá en la caverna mediática que aquí no hay una revolución sino un botellón.
En ese momento, un ciudadano bangladeshí nos roza las caras con una lata de cerveza ¿Cerveza? No, gracias dice Cataratas. Pues yo no te voy a engañar pero... me he tomado lo menos siete cervezas. ¿Y qué? Me dice Pues claro que te has tomado siete ¡qué más da! En este caso lo que me jode es que he oido a un par meterse con ellos. Y en esta revolución no puede haber xenofobia, no hay cabida para el racismo o la homofobia. Todos podemos aportar, todos aportamos. Y sin duda ninguna necesitamos a los inmigrantes para que este movimiento concluya positivamente.

Seguimos hablando durante, al menos, veinte minutos, pero me dijo que no contase más que lo reflejado hasta ahora. Sí puedo decir que me dió la sensación de que cada día está más comprometido con el movimiento, así lo dicen, así lo decimos. Pese a que vengan con el nombre reminiscencias del franquismo.

Cuando llegué a casa miré el móvil, tenía muchas llamadas perdidas y tres mensajes. Uno de ellos, el último que había recibido era de Cataratas: x cierto, sabes q la junta electoral dice q el sábado la concentración es ilegal?

Sí, lo sé, mñn t veo
contesté.

Cataratas y el quince eme II

Si hay alguien que me lea (nos lea) y que no sea amigo de el coso o de un servidor se habrá dado cuenta ya de la poca palabra que tengo. Dice mi psicoanalista que es debido a que me autoimpongo una serie de deberes que yo mismo sé de antemano que no soy capaz de cumplir. Trataré hoy de cumplir, sin atender a recursos estilísticos, la promesa que hice en la anterior entrada.

Parafraseando a Fray Luis de León diré que decíamos ayer que el punki sin cresta, en el alborozo y la algazara de las concentraciones en la Puerta del Sol, me pedía que contase en este humildísimo y bipolar blog sus disertaciones, siempre y cuando estas fuesen recibidas de primera mano y cara a cara.

El miércoles 18 me volví a encontrar a Cataratas con su uniforme de gala, pantalón de cuadros y una camiseta sin mangas. Para picarle le comenté que todo era una chapuza y que había mucha fiesta y poca política. Más o menos eso era lo que me había dicho el día anterior. ¡Vamos, no jodas! me dijo Se trata de una fiesta democrática, del derecho del pueblo soberano a pedir más libertades sociales, más participación ciudadana, mayor protagonismo del pueblo en los obsoletos engranajes democráticos españoles. A estos me inquirió señalando a un pureta y a los medios se les llena la boca diciendo lo ejemplar que fue la Transición. ¡Una mierda ejemplar! Un pan como unas hostias es lo que hicieron. Una chapuza que nos han colado por el aro y nos hemos callado, hemos estado apollardados treinta años... Está claro que estamos mejor ahora que con el dictador, pero no estamos bien. No, no lo estamos. Si te soy sincero, Boa, yo vengo por inercia, estoy asistiendo a las asambleas, a todos los grupitos que se están formando pero... no sé si hay alguien detrás, y si alguien no sé quién es.

jueves, 19 de mayo de 2011

Cataratas y el quince eme

Ayer, en realidad fue el diecisiete de mayo, me encontré a mi amigo Cataratas en la Puerta del Sol gritando todo tipo de improperios justificadísimos contra el sistema. El punki, que lleva diez años sin leer un periódico, ha sido capaz de entender por qué la juventud ha salido a la calle. Él mismo me decía ¡Cómo no puede, esa gente leída, ver lo necesario de unos mínimos cambios. Cómo no pueden ver que el sistema ha fracasado y que hay que transformarlo!
Sin embargo, su actitud no era la actitud festiva que suele tener en este tipo de saraos. Hay algo que no te convence ¿verdad? Pregunté. Pues sí, Boa, me faltan fundamentos. Esta no es mi revolución, no es la revolución que necesitamos, no es por la que tanto luché, lucho y lucharé, no hundiremos al capitalismo con una acampada comenzó ¡Hombre! Algo es algo Interrumpí ¡Por supuesto! Por eso estoy aquí, aunque pienso que los discursos de estos tipos están vacíos, que no han tenido la formación política necesaria para llevar a cabo la revolución. Su posición es legítima, y yo voy a participar, me adheriré a cualquier decisión que tomen sus asambleas. ¿Sabes por qué? Porque estos son de verdad el pueblo, apolítico, guerrero y festivo. En fin, tú... que me voy a ver a los de xxxxx, luego te veo por aquí, o mañana, o pasado, porque esto va para largo. Y desapareció entre la gente.

A los diez minutos volvió y me dijo No te importará escribir lo que te he dicho en el coso bipolar. Por supuesto que no contesté.

Ayer, y esta vez ayer sí fue ayer, le volví a ver pero trataré de contaros mañana que fue lo que me dijo. Ahora no tengo tiempo. Me voy a Sol.

lunes, 2 de mayo de 2011

el final de las historias que me cuentan

Tengo la mala costumbre de no escuchar jamás el final de la historias que me cuentan. Supongo que tengo un déficit de atención bastante importante. Otros dicen que importante no es, que es severo, pero si empiezan a esgrimir razones cargadas de ejemplos de gente seria que tuvo, tiene, o ha tenido el mismo problema, genios los dicen, personajes fuera de lo común que dan palmas con las orejas o se apagan cigarrillos en la lengua o el sobaco, mi mente comienza un vuelo en ala delta que dibuja círculos en derredor a mi cabeza y termina estampándose contra el suelo, rompiéndose en mil ideas que huyen desesperadamente hacia el conducto del aire, hacia el desagüe, o hacia las minúsculas fisuras de las negras paredes de mi alma. Así, el día en que un compañero de la facultad, quejicoso, me hablaba de lo mal que le iba a ir en los próximos exámenes a causa de su no asistencia a clase, en mi mente se empezaron a garabatear las primeras pellas adolescentes y sus bocadillos de calamares en la Plaza Mayor. Una a una las ideas se substituían y atropellaban, así del bocadillo birbaniano viajaba a las visitas a los billares y aquella partida en la que gané dinero apostando en mi contra, a las veces, las más de las veces, que perdí dinero jugando a las cartas, a las cartas que escribía cuando Bécquer me nublaba la vista, a las iniciáticas lecturas de Kerouac y Ginsberg, a la noche del tripi y a la que dormí en la orilla norte del Sena, al viaje que nunca hice a París, a los cruasáns de la pastelería del barrio, a los desayunos con mamá peinándome las cejas a lametones, a las mañanas que salía de casa hacia el colegio y me bajaba veinte o treinta paradas después... y entonces mi mente despertaba ante la pregunta que alcanzaba a reconocer el oído sano ¿Y tú qué opinas de todo esto? Pero... yo qué voy a opinar, quizá musito un No sé, todo eso es muy complicado, y Voy al baño o a la cafetería o a clase, o a dónde sea pero me muevo físicamente, que descansa de viajar en sueños cuando no se debe. El caso es que digo o hago algo parecido, no se vayan a enterar de que soy tonto de baba.

Supongo que debido a esta carencia, de la cual lentamente mis mas cercanos amigos y enemigos se han percatado con mayor o menor fortuna, interrumpen mis historias avanzando un final sorprendente que pierde toda originalidad. Y me miran desconfiados, y resoplan o se llevan las manos a la cabeza, o aparentan falsa emoción al mismo tiempo que sonríen, o ríen escandalosamente. Quizá sea sólo a causa de mi discurso dubitativo, de mis eternas digresiones, mis estultas enumeraciones y mis cultismos desubicados. Como si no quisiera que nadie me entendiese, como si disfrutase con mi discurso muerto y me enroscase de placer en diatribas furibundas de parvulario eructadas frente a un espejo achaflanado.

Así es que me invento el final de las historias que me cuentan y las poso aquí, para que alguien las tome.