sábado, 19 de junio de 2010

Hablando con Romeo Sauquillo

Hace ya muchos años que empezó todo, gachupín, tantos que ya no recuerdo cómo... pero sigo teniendo muy presente el por qué. Es una lástima que usted se haya visto envuelto en tremendo quilombo, mi cuate, pero ya que está acá trataremos de que sea una pieza importante en todo esto. Le guste o no. Y entonces mi corazón se alborotó como un solo de batería de Keith Moon. Decía que fue hace muchos años, sin embargo no viene de antes de los españoles. El padre de Sorano y mi difunto papá fueron purititos compadres. Hicieron juntos un capitalcito asaltando todas y cada una de las diligencias que venían de Monterrey hacia los bancos de los gringos durante un año. No les apresaron nunca, ni modos, no tenían lo que había que tener para ser machos. Les fue más fácil buscar otra ruta... o quizá retuvieron toda la plata en la capital. No lo sé.

Ese pinche puto y yo crecimos juntos, nuestras familias eran las únicas que vivían en este valle, mis papis, mi hermanito y yo, el viejo Sorano y su señora, Raúl, y la linda Rosalina, su hermana. No hubo problemas hasta que nos hicimos grandes. Mi hermanito, el dulce Romancito pretendía a Rosalina en la distancia desde que eran muy críos, era un amor puro, gachupín, él le amaba con toda el alma, fíjese que un día le encontré un verso que había escrito, mi hermanito como un afeminado haciendo versos... mi dulce hermanito... Quisiera tocar tus labios, morder su carne, mas sólo con verlos de lejos me vale. ¿No es tierno? Asentí con la cabeza ligeramente, con miedo a hablar e interrumpir. Al parecer estuvieron viéndose a escóndidas durante un tiempo y tenían pensado huir al norte. Y digo al parecer porque nunca hubo constancia de eso. Pendejadas, imagino. Quisieran o no, no pudieron hacerlo, no les dejaron... no les dejó ese cobarde...

Un día mi hermanito desapareció y fuí en busca de Rosalina y de Raúl, tenía que comprobar que habían huido juntos, si al fin lo habían hecho. Sorano me recibió de malos modos, apenitas me dejó pisar su casa y pedía que me fuese de allá. Decía que también extrañaba a su hermanita desde hacía un tiempo ¿No te parece raro Raúl? Le pregunté ¿No se habrán marchado juntos? Mi hermana es lo suficiente mujer como para irse con la niñita de tu hermano... Me gritó... Pero si estás en lo cierto y les agarro juntos te juro que mato a esos dos pendejos. Y me echó de su casa.

A los días volví por los alrededores y la casa estaba cerrada, parecía que estuviera vacía. Por un tiempo estuve merodeando por allá. Hasta que un día ví movimiento en una habitación, tras las cortinas. Así que volví por la noche y una minúscula luz como de candil brillaba en la misma piecita minúscula de la segunda plata. Presa de la rabia irrumpí en la casa. Allí mismo encontré a los dos hermanos, en silencio, bajo unas frazadas gruesas, temblando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario