lunes, 26 de julio de 2010

Penitencia en el New Forest

Hace un año y tres días llegué al aeropuerto de  London-Gatwick con una mochila de montaña a reventar de ignorancia y miedo. En seguida comprendí, cuando el revisor del tren a Southampton bromeó conmigo, que mi inglés no era suficiente para sobrevivir, tardé más en enterarme de que aquello que soñaba hacer se iba a antojar harto complicado pese a que el ambiente de soledad invitaba a ello. Vinieron muchos fantasmas a tocarme la puerta, cerrarme las pestañas, clavarme astillas bajo las uñas y martillearme los dedos.

Desde que, hace uno más de la mitad de los años que tengo, empecé a escribirle versos a alguien he tenido  siempre dos palabras comodín con las que empezar a vomitar con imágenes incomprensibles, sentimientos comprendidos. Este año y tres días ha estado rebozado cual flamenquín de ambas palabras: soledad y muerte.

Soledad. Añoranza inicial del Buenos Aires aquel, incomunicación, melancolía de aquel amor que no iba a recuperar jamás, ausencia de un nuevo amor, nostalgia de birbam, de bizarria, de la familia, de los amigos, retiro otoñal en el New Forest, aislamiento voluntario e irracional, clausura invernal y obscuridad, sensación de destierro sin sentido, abandono higiénico y, sobre todo, orfandad.

Lo único que me dijo cuando le enseñé mis segundos poemas fue Te mueres demasiado, y descubrí que era cierto, que recurría gratuitamente a esa palabra. También tenía que ver que quería ser Dylan Thomas sin conocerle, un lúgubremente nocturno Cadalso, un Bécquer anodino, y que estaba bajo el influjo de las letras de Jim Morrison. Ese mismo día descubrí que él también había querido ser escritor y pude ojear algunos párrafos. Todo empezaba a tener sentido.

Mas mal que bien pasaron los meses y se endurecieron ciertos organismos impalpables. Ha sido un duro camino que termina, un cruel aprendizaje, y aunque aún no tenga preparada la maleta el objetivo está practicamente cumplido. Otra vez fracaso en el más solemne de mis propósitos, pero ahora puedo olerlo, está aquí, incrustado en mi pituitaria, guiándome como zanahoria a un jumento.

No se preocupen, aunque me estoy confesando no voy a rezar tres padresnuestros y tres avemarías, si ustedes lo hacen me parece muy bien, no lo hagan por mí. Esta ha sido mi penitencia, mis no pecados no están perdonados, no rezo, sólo si lo hacen mis lágrimas. Mi ser supremo no tiene oraciones, no tiene templos, pero están en mi sus enseñanzas.

Lo lograré en la siguiente etapa, en mi siguiente sacramento.

3 comentarios:

  1. El fracaso no existe, es una patraña... ¡y menos para los valientes como tú!

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  2. ..ya sé que apenas te conozco..ni sé cuál era tu objetivo..pero leyéndote así, desde fuera, no parece en absoluto un fracaso..caminante, no hay camino..

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  3. Muchas gracias a ambas por vuestras palabras de ánimo, pero... no digo que haya fracasado si no todo lo contrario, no alcancé los objetivos pero ahora sé dónde y cómo tengo que buscarlos.
    Salud!

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