lunes, 2 de mayo de 2011

el final de las historias que me cuentan

Tengo la mala costumbre de no escuchar jamás el final de la historias que me cuentan. Supongo que tengo un déficit de atención bastante importante. Otros dicen que importante no es, que es severo, pero si empiezan a esgrimir razones cargadas de ejemplos de gente seria que tuvo, tiene, o ha tenido el mismo problema, genios los dicen, personajes fuera de lo común que dan palmas con las orejas o se apagan cigarrillos en la lengua o el sobaco, mi mente comienza un vuelo en ala delta que dibuja círculos en derredor a mi cabeza y termina estampándose contra el suelo, rompiéndose en mil ideas que huyen desesperadamente hacia el conducto del aire, hacia el desagüe, o hacia las minúsculas fisuras de las negras paredes de mi alma. Así, el día en que un compañero de la facultad, quejicoso, me hablaba de lo mal que le iba a ir en los próximos exámenes a causa de su no asistencia a clase, en mi mente se empezaron a garabatear las primeras pellas adolescentes y sus bocadillos de calamares en la Plaza Mayor. Una a una las ideas se substituían y atropellaban, así del bocadillo birbaniano viajaba a las visitas a los billares y aquella partida en la que gané dinero apostando en mi contra, a las veces, las más de las veces, que perdí dinero jugando a las cartas, a las cartas que escribía cuando Bécquer me nublaba la vista, a las iniciáticas lecturas de Kerouac y Ginsberg, a la noche del tripi y a la que dormí en la orilla norte del Sena, al viaje que nunca hice a París, a los cruasáns de la pastelería del barrio, a los desayunos con mamá peinándome las cejas a lametones, a las mañanas que salía de casa hacia el colegio y me bajaba veinte o treinta paradas después... y entonces mi mente despertaba ante la pregunta que alcanzaba a reconocer el oído sano ¿Y tú qué opinas de todo esto? Pero... yo qué voy a opinar, quizá musito un No sé, todo eso es muy complicado, y Voy al baño o a la cafetería o a clase, o a dónde sea pero me muevo físicamente, que descansa de viajar en sueños cuando no se debe. El caso es que digo o hago algo parecido, no se vayan a enterar de que soy tonto de baba.

Supongo que debido a esta carencia, de la cual lentamente mis mas cercanos amigos y enemigos se han percatado con mayor o menor fortuna, interrumpen mis historias avanzando un final sorprendente que pierde toda originalidad. Y me miran desconfiados, y resoplan o se llevan las manos a la cabeza, o aparentan falsa emoción al mismo tiempo que sonríen, o ríen escandalosamente. Quizá sea sólo a causa de mi discurso dubitativo, de mis eternas digresiones, mis estultas enumeraciones y mis cultismos desubicados. Como si no quisiera que nadie me entendiese, como si disfrutase con mi discurso muerto y me enroscase de placer en diatribas furibundas de parvulario eructadas frente a un espejo achaflanado.

Así es que me invento el final de las historias que me cuentan y las poso aquí, para que alguien las tome.

2 comentarios:

  1. Papps,
    Mi amigo loco, el que es perdido en palabras. Hablas de su anillo de tanto que me hace cachonda.
    Nunca caminaras solo.
    Lucas

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  2. Luke, I am really grateful to your bloody spanish words! You´ll never walk alone either, even if you are in Vietnam. All the best!!!

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