lunes, 1 de junio de 2009

birbam.

De todos los lugares que no conocí hay uno que me dejó un poso del que jamás he podido desprenderme. Un lugar gris y magenta, una ciudad de lunares y carreras en las medias, una villa como un ladrido de parpusas pisoteando un baldosín. Un ojo de buey al mundo que da la espalda a la vida. Un eterno corredor de inmensos ventanales, un sueño y, al fin y al cabo, una mentira.

De todas las ciudades del mundo es en birbam, sí, con minúsculas, donde una vez fui feliz sin saberlo. birbam es un gigante malhumorado que no necesita disfrazarse con mayúsculas para ser una gran ciudad con carreteras de circunvalación y murallas medievales olvidadas. No necesita acicalarse para ponerse guapa y, sin embargo, lo hace y se estropea cada mes de diciembre. birbam no necesita tradición para ser historia pero quiere mezclarse con otras ciudades y perder su identidad, pasar desapercibida, abandonar al atardecer su boina en cualquier parque y esperar a que las piedras lloren por ser piedras, esperar que los gatos hablen y se olviden de escalar la fortaleza ya derruida.

birbam amanece cargada de chisperos en el cielo, nubes goyescas que soplan redecillas a las cabezas de aborígenes pardos que pelean por aclararse los cabellos mientras buscan empecinados lianas de buñuelos que llevarse a la boca para romper el ayuno. Churros, porras, tejeringos, tostadas, rosquillas tontas y listas. birbam se va desperezando con el ruido de los coches en las grandes avenidas, con los gritos infantiles en sus calles medievales, con olores que abren boca y viejos pasodobles que suenan en la radio. birbam respira sin esfuerzo, sana, o al menos eso cree, así se siente, fuerte, joven, desconociendo que un cáncer le lleva corroyendo las entrañas desde hace mucho, mucho tiempo.

birbam está como ausente hasta la hora del vermú, momento en que los devotos acuden a las parroquias de cada esquina a empaparse el vientre con cerveza. Después descansa, no hay espacio para trabajar o aparentarlo y generalmente un bostezo es un abrazo caluroso y tres millones de besos desperdiciados por el suelo. Las tardes viajan en tranvías enterrados por el alquitrán de las playas soñadas cada Agosto. birbam tiene una playa en cada azotea pero lo desconoce, prefiere quejarse a abrir los ojos y verse a sí misma atardecer desde el cachito egipcio que esconde. Porque birbam no es sólo el pichismo imperante de barquillos, no te creas, birbam es tierra de todo el que llega, de todo el que estuvo una vez y se marchó, de todo aquél que no imaginó siquiera pisar la huerta que en tiempos hubo.

Y cuando llega la noche se viste de filipina, y vacila con su mantón a quien la mira, y se para a conversar con los organilleros muertos de su gran vía, y se constipa y estornuda la muy casquivana, e inventa historias de sí misma y las graba en un cassette. birbam sueña toda la noche que no duerme, que no acaban nunca los días, que no termina nunca de sonar al revés la cara B del aquél disco de Agustín Lara.

Abur.

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