viernes, 12 de junio de 2009

Sir Walter Bradbury de la Petanca

Me estoy yendo a la casa de un amigo. Debería irme ya, pero estoy tan agusto aquí, en la semioscuridad de mi habitación, y con los acentos bailando a su antojo, esa es otra, que es probable que el simple hecho de salir de mi casa me lleve toda la tarde con tal de no pisar el ardiente asfalto madrileño. Ya veremos.
La casa de mi amigo no está muy lejos de la mía, si andase hasta allí tardaría unos cuarenta o cincuenta minutos dependiendo del ritmo al que vaya y la cantidad de lindas mujeres que me detenga a observar. En ocasiones el paseo se puede alargar hasta una hora y media, y aunque son las mínimas veces, se debe a alguna compañía con quien comentar las mejores jugadas. Y así, más tarde, en la fresquita casa de mi amigo, analizaremos la moviola con los deberes hechos.
Hoy hace tanto calor... sí, hace tantísimo calor que sólo puedo pensar en estar sentado tranquilamente en su sofá, ahuyentando el bochornoso inicio del verano, tomando un té frío y charlando de cualquier tema absurdo con total seriedad o de cualquier tema transcendental tomandolo a pitorreo. Asi es mi amigo, no se sabe nunca si dice lo que piensa, si piensa después de lo que dice, si piensa, si escupe cócteles molotov, si apaga fuegos lanzando granadas, o si es un auténtico visionario. Para todo tiene mi amigo un visión especial, su postura ante cualquier asunto es siempre sorprendente. Sucede muy a menudo que comienza su discurso en un extremo llamando así nuestra atención para reubicarse lentamente hacia una posición más acomodada. Pero atento, que si ve que alguien se despista vuelve a la carga con una retahila de patrañas incendiarias, desbancando todas las ideas que había defendido minutos antes con fervor.
Un día mi amigo, al que llamamos Sir Walter Bradbury de la Petanca por sus contínuos aspavientos de falso cortesano, nos hablaba de cómo se había formado el universo, él era harto conocedor del tema, había leido en internet tal y cual artículo, conocía revistas extranjeras especializadas que contaban las verdades que a nuestro gobierno no gustaba que se supiesen, incluso llegó a insinuar que había sido protagonista de un avistamiento extraterrestre. ¿Cómo estás tan informado en el tema, Sangenis? Le pregunté burlándome de él comparándole con aquél chaval catalán que en los noventa decía que había visto cómo un ovni, del cual vió salir a tres humanoides, aterrizaba en el tejado de su casa para secuestrar a su madre. Jamás te he visto con nada relacionado con ese tema, nunca antes habías hablado siquiera sobre que te interesasen estos... asuntos. Iba a decir otra palabra, pero sé que se enfada si cree que nos tomamos a broma las cosas de las que habla con pasión. Boa, me contestó, tú sabes que cuando voy a tu casa me subo los seis pisos andando, ¿verdad? y sabes por qué es. Sí, claro , dije, toda tu vida viviste en una casa sin ascensor, te gusta subir escaleras. Esa era la razón que había esgrimido desde que le conozco, pero yo sabía que no era la verdadera, compartíamos un secreto que hasta él mismo había olvidado. Sir sufría pequeñas alucinaciones pasajeras, extrañas y macabras visiones del futuro que nunca se cumplían pero que le atormentaban contínuamente. Una vez esperaba al ascensor en el portal de mi casa cuando en el preciso instante en que se disponía a abrir la puerta recibió un flashazo cerrándola repentinamente. Hay un cadaver, dijo en voz alta, le han asestado trece o catorce puñaladas, es una mujer... joven... rubia, aunque no muy agraciada... tiene los labios morados... debió morir hace horas... y... y el habitáculo es una bañera de sangre. Dió un paso atrás y se dirigió hacia las escaleras de la finca, dispuesto a ascender hasta la casa de mis padres. Esto lo sé porque el conserje presenció la divagación de mi amigo, no te vayas a pensar que me invento los silencios de una anécdota. Cuando le abrí la puerta le note muy nervioso, desconfiado, no tardó en contarme lo que le habia pasado a esa pobre chica a la vez que maldecía por no haber llegado a tiempo. Salí de casa y llamé al ascensor, con cuidado y mucho miedo abrí la puerta para no encontrar nada alli dentro. Traté de calmarle y nos pusimos a jugar al Mariobros.

Sir daba hoy una nueva versión. no existía tal cadáver rojigualda, nunca existió más alla de su perturbada imaginación. Lo que sí existía era una puerta a otro mundo en el ascensor de la casa de mis padres. Aquél día viajé en el tiempo, bueno... no sé si viajé en el tiempo o en el espacio porque a ellos no les interesa, ellos tratan de engañarte todo el tiempo, tratan de mostrarte un poco... sólo lo suficiente... para que te hagas una idea vaga de lo que hay... para que pienses, para que crezcas a tu antojo... a tu ritmo... Al señor de la Petanca le costaba hablar con fluidez, se le notaba nervioso, irracionalmente descolocado, mirando constantemente el techo del salón de su casa. A ellos no les interesa mostrártelo todo, no les conviene, prefieren enseñarte la casa de Elvis, la del gran Buddy Holly, la de Rodrigo, no sé, cualquier cosa que te deje feliz un rato, cualquier cosa que te haga pensar cuando estés de vuelta... y como en su espacio el cuerpo humano no se degrada puedes vivir muchos años allí y te devuelven al mismo momento en que te hicieron desaparecer... es una cosa de locos... lo sé, pero es real... a mi me pasó.

¿Y... cómo fue?
Pregunté con miedo. No lo sé, pero eso no importa, la cuestión es que fue, y pude volver ¿no? Estoy aqui.

Sí, el estaba ahí, delante de mi, bebiéndose un té helado en la semioscuridad del salón de su casa, de lo que no estaba yo tan seguro es de que él supiera que allí, sentado a su lado, también estaba yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario