lunes, 7 de diciembre de 2009

Raúl Sorano

Venimos buscando a Raúl Sorano dijo el que los encabezaba.
Perdone, señor, pero no sé de quién habla yo...
Por supuesto que sabe de quién estamos hablando, compadre eructó mostrando una dentadura, por llamarlo de alguna manera, trabajosamente podrida. Tenía los ojos verdes, profundamente verdes, y una mirada helada y rencorosa; la cara así como picada por la viruela o... alguna enfermedad cutánea, no sé... lucía sobre la boca un bigote muy poblado, espeso, de largos pelos que no dejaban ver el labio superior. Era un tipo enjuto pero de gran estatura, no sé si diría corpulento; aunque me dió esa impresión en ningún momento bajó de su caballo, así que me puedo confundir con facilidad; pero sí estoy seguro de que era muy alto, unas largas piernas como hilos colgaban sobre los lomos del famélico animal.
Su rasgada voz debía imponer mucho respeto a los compinches que le seguían. Tres o cuatro cuates, quizá cinco, que le jaleaban, unos tipejos escandalosamente rudos, unos perros sucios y fieles. De entre ellos reparé en que el más jovencito (prácticamente un crío) empezó a temblar cuando el cabecilla me interrumpió. Los otros me miraban tan amenazantes como el que sabía hablar.
De verdad, señor, que no sé de quién me habla, puede notar en mi acento que soy extranjero traté de explicar.
No se me haga el sonso gachupín. Todos los maleantes de acá a Alburquerque conocen a Raúl Sorano. Y hubo un silencio; o quizá yo tardé demasiado tiempo en contestar.
De veras que lo siento, caballero pero no entiendo qué quiere de mí me dí media vuelta para recibir un beso de su Colt entre las nalgas. Perdí la conciencia rápidamente, no sé cuánto tiempo he podido estar sangrando hasta que ustedes me encontraron.
No se preocupe, compadre, ahora está a salvo. Quede tranquilo, yo encontraré a ese cobarde hijo de mil putas como me llamo Raúl Sorano

No hay comentarios:

Publicar un comentario