lunes, 31 de mayo de 2010

no era lo que prometí

Cuando se despidió de mí me dijo Escríbeme un cuento pero soy incapaz. Hace unos meses traté de hacerlo pero esto fue lo que salió, algo parecido a una carta de amor sin amor, una carta de amistad:

Como si sus pies fueran dos baquetas aporreando la piel de un tambor de moqueta ascendía trescientas treinta y tres veces cada tarde hacia su habitación. En ocasiones tocaba mi puerta, las menos de ellas con violencia y la mayoría con educación esperaba oir mi tímida voz desde dentro, absorto en mis oníricos pensamientos, helicoidales ideas ensortijadas como enredaderas que suben hacia mi ventana. Otras veces, sin embargo, pensaba en ella, quien quiera que fuera ella. Pero las más de las veces, después del tamborileo, cuando de verdad deseaba que tirara abajo de un golpe el muro que nos separaba, apenas podía percibir las yemas de sus dedos rozando timoratas la madera fronteriza entre su vida y la mía.
La primera vez que la ví no tenía piernas, era sólo una cara morena y sonriente en una foto de carné. No es tan linda pensé para mis adentros no fuera ser que pensaran que estaba loco o tuerto.
En la segunda ocasión me recuerdo lavando las tazas de té. Hola ¿cómo estás? Dos besos y me escondí en mi cuello. Yo ya sabía (hacía mucho tiempo) tres cosas de ella. Sabía hablar castellano, era vegetariana y tenía novio. Aún así me escondí.
Y me escondí tanto que la tercera vez, como un feto bajo unas tripas de tela, me refugié de mis miedos y fue ella quien vino a insuflarme valor. Y así nos hicimos amigos.
Al principio me encantó que estaba loca, que sonreía y jugaba con sus pequeñas manos en el aire si alguna pena le abordaba en el camino para pedirle diez peniques (en ocasiones importa más el miedo que el valor del dinero). Me encandiló después su inteligencia. Tenía siempre en sus carnosos labios la palabra exacta que yo desconocía, la idea oculta brotando de sus poros. Y me venció, me dejó en el barro de mi ego tirándome excrementos al oído. Eran demasiadas flores para este cerdo que hoy le escribe.

Cuando se marchó me dí cuenta de muchas cosas. No pude seguir con esto, no era lo que prometí. Cuando se marchó entendí la importancia de las amigas en mi vida. Hoy me decido a colgar esta entrada en homenaje a ella y a todas las amigas que tuve, tengo y tendré. No hacen falta nombres.
Eternamente agradecido.


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