viernes, 12 de marzo de 2010

por fín estamos aquí

Acabo de hablar con un señor de setentaidos años y dos metros y cinco centímetros de estatura, o como él me ha dicho 6´7",  imposibilitado de un brazo, exmilitar y ex miembro del cuerpo civil, un goliat entrenado para la lucha antiterrorista, un hombre de una mentalidad abierta y  pluricultural desde el conservadurismo. Un rara avis para mis oídos de españolito empeñado en que las cosas son blancas y negras ¡Con lo maravilloso que puede llegar a ser un día gris! He dicho que acabo de hablar porque he hablado con él, creo que por primera vez desde que estoy entre ácaros he sido capaz de mantener una conversación larga, entender lo que me han comentado, respetar mi turno e incluso interrumpir en alguna ocasión no para requerir que se me repetiese alguna palabra que no habia entendido sino para matizar mi punto de vista sobre la opinión de otro, eso que tan bien hago en castellano.
Esta tarde estuve hablando con otro caballero inglés al cual pedí disculpas por no hablar su lengua correctamente, su cara cambió en ese momento y me inquirió que él no hablaba un buen inglés, y que... bueno que sí, que a veces no colocaba las palabras en el lugar adecuado pero que lo que decía era perfectamente comprensible.
Esta mañana estuve hablando con más gentlemen, nada serio, de pasada, que cómo está el tiempo, que cuánto tiempo estarás por aquí, que que es de la chica italiana que se marchó, que muéveme estas cajas, que dónde puedo encontrar tal herramienta. Y al final de la mañana me doy cuenta de que la he pasado entera con la bragueta bajada.
Parece una vaguedad, y lo sería para cualquiera, pero no para mí. Me explico, en mis primeros meses en Buenos Aires me llamó la atención que no había presencia de mi natural despiste, al parecer se había quedado envuelto en alguna nube en algún lugar del Atlántico. Hasta que un día bajé a abrir la puerta del portal a algún amigo que esperaba en la calle y cuando volví a la puerta de la casa no tenía las llaves. Busqué y rebusqué en todos los bolsillos pero nada, no estaban, las había olvidado en la puerta de la calle. Entonces llegó el despiste, cinco meses después de que yo arrivase a la capital argentina allí estaba mi amigo del alma, y los dos juntos comenzamos a ser felices, viviendo gran cantidad de bochornosas situaciones peores que aquella.
Y es que no me ha pasado sólo una vez en mi querida birbam, salir de casa, correr a la calle, correr por la calle, correr en la calle, comprar un refresco o una birra fresquita en los comercios antiguamente llamados Ultramarinos y en los días que corren Tiendasdelchino, entrar en el metro y sentarme en el primer asiento vacío que encuentro en el vagón y extrañarme con la cara de entre sorprendida o abochornada de una linda jovencita o una religiosa santiguándose o un canalla maloliente mirándome la entrepierna con el rabillo del ojo, sí, cosito, otra vez te has olvidado de cerrar la jaula.
Bienvenido amigo despiste, te había echado de menos, al fín llegaste, por fin estamos aquí.   

5 comentarios:

  1. No sé que diría Freud respecto a estos despistes tuyos ;-P
    Suerte al otro lado del Océnano!

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  2. Hola Grace!!! Gracias por comentarnos. Yo no soy Freud pero creo que el coso sin sus despistes no sería el coso, así que soy feliz de que este mangurrián se , sienta al fin cómodo en la pérfida Albión. Sí, quizá no ha dejado claro dónde está ahora, pero gracias a Alá esta vez no está tan lejos. Te repito nuestro agradecimiento, suerte, y no te despistes!

    Cosito, ya te lo dijeron en alguna ocasión: ¡¡Adelante, siempre adelante!!

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  3. Hola Grace! Ya te lo ha dicho todo Boa, pero bueno yo tambien queria agradecerte el comentario, por las dudas consultare a Digmund "Pillow" Freud sobre mis despistes. Esta semana ya llevo tres dias de bragueta bajada, que desastre! y que bien tambien!
    Boa: Me lo dijeron mil veces, pero nunca quise prestar atencion!!

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